Ha
salido una tarde de primavera y las dos chicas están sentadas en la plaza del
pueblo, que es Buitrago de Lozoya, en una de esas mesitas ajedrezadas que hay
frente al ayuntamiento. No parecen del pueblo, sino de las que vienen de Madrid,
aunque sin esa soltura de otras neorrurales que suben a pastorear o a las
colmenas, que suelen ser hippies… Estas dos tienen un aire más contenido y como
de cierta preocupación. Podrían ser maestras, o bibliotecarias, a lo mejor
enfermeras… La rubia con permanente se muerde las uñas y escucha con atención a
la compañera, que le asesora. A esta, de pelo liso y con gafas sabiondas, se le
nota más serena y más tranquila, incluso disfrutando de su rol de psicóloga. La
rubia se inclina sobre un bloc grande de espiral y va apuntando en dos columnas
los pros y los contras de algo importante que parece que le tortura –trabajos o
amores o viajes, o todo junto, todo en un
andar- y tacha y vuelve a escribir, y tacha, ralentizando la corazonada entre las
cuentas del debe y el a ver...
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