La sala de juegos esplende en la noche con campanas que brillan y fluorescentes que parpadean. Pero hay que ser hijo de puta para colocar un garito así en el Paseo Extremadura, entre las casas que se caen y los comercios que cierran. Vamos paseando al perro y L, que vive ahora al lado, me cuenta que desde que han abierto anda una gente muy rara, mafias…
¿Pero esos no serán la mafia? le digo. Son una cuadrilla de sudamericanos adolescentes que marchan con resignación, alejándose de la mala suerte. Les han desplumado y se ríen de ellos mismos, un poco avergonzados, justificándose de cara a la galería: La culpa ha sido tuya. No, tuya, que me dijiste que no parara, que no lo dejara hasta meter los cien euros…
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