martes, 2 de abril de 2013

AVENTURAS DE JESS FRANK

Aprovechando que ha palmado Jesús Franco, rescato la reseña que escribí para La Vanguardia hacia 2004, fecha de publicación de sus "Memorias del tío Jess"... El artículo apareció bastante troceado, a pesar de que yo había propuesto el tema Jess Frank al periódico. El caso es que salió, no sé de dónde, el típico listo con un artículo más largo, diciendo que no, por Dios, que toda la crítica malévola hacia el prolífico Jess era un malentendido y su obra venía a ser la suma de Bergman, Pasolini, Hawks y Kurosawa, con lo que todo quedaba más cool y de paso se cargaba mi tesis de "al cine, a lo que nos echen". Pero mi artículo (doy el original que mandé) creo que tenía gracia, tal vez porque el libro de memorias de Franco la tenía... Va, como entonces, en dos partes:

LA VIDA

 


Admirador de John Ford, Buñuel, Hitchcock, Kurosawa, Stroheim, Eisenstein, y el cine de qualité, Jesús Franco se decanta sin embargo por la cantidad, con casi doscientas películas rodadas. Una filmografía que incluso supera la del venerable Jacinto Molina (Paul Naschy), su principal competidor en el terror hispánico (y al que Franco no cita ni de pasada en sus memorias). Jesús Franco (Jess Frank) es un especialista en esos extraños híbridos llamados coproducciones. Ha rodado en Alemania, Francia, Estados Unidos, cosechando mayores éxitos en el extranjero que en su propio país. Nadie es profeta en su tierra.



Destrozado o ignorado por la crítica nacional, pero reivindicado por Cahiers de cinema que saluda su aparición como la del Roger Corman europeo, autor de un centenar de planos de “Campanadas a medianoche” -aunque su nombre no figura en los créditos del filme español de Orson Welles-, Jess Frank ha sido considerado por el Vaticano, junto a Luis Buñuel, “uno de los directores más peligrosos del cine mundial”. Una credencial que él ostenta con orgullo.


Franco desvela en su libro (“Memorias del tío Jess”, Aguilar) los entresijos (nunca mejor dicho) del cine, pero también su experiencia vital: la guerra y la posguerra en Madrid, cuando se inicia como locutor en emisoras que parecen sacadas de Mortadelo y Filemón, su recorrido por casas de putas y cines de extrarradio, sus comienzos como trompetista de jazz –la música es su otra gran pasión- cuando acudía a la Plaza Mayor que era entonces como una feria del ganado artístico donde se contrataban músicos, payasos y acróbatas. Estudiante de Derecho en sus ratos muertos hasta que sus padres le mandan interno a El Escorial -“un puto caserón cuadrado y siniestro”-, después marchará a París, y allí se empacha de los clásicos de la cinémathèque. Franco narra también su debut como ayudante de dirección de Bardem en “Cómicos”, o sus recorridos por el Madrid nocturno con Fernán Gómez o con Berlanga.
 


Pero Jesús Franco no presume de amigos ni cae en el autobombo a que nos tienen acostumbrados tantos escritores de memorias. Sin concederse demasiada importancia, sin ninguna acritud tampoco, pero sí con contundencia y haciendo honor a su nombre, suelta todo lo que se le pasa por la cabeza. De su cuñado, el filósofo Julián Marías: “era un pijo y un pedante, el rey del coñazo”. Platero y yo: “una mariconada”. André Maurois, a quien entrevistó: “un viejo imbécil”. “A mi hermano Emilio le dieron el paseo en la guerra porque el muy gilipollas se afilió al SEU para ligar en los bailes, sin saber que era un sindicato fascista”. “Las conversaciones de cine de Salamanca fueron un coñazo mortal”. Etcétera.

 

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