viernes, 29 de noviembre de 2019

CIUDAD GRIS

perdido por circunvalaciones de los centros comerciales, cual astronauta que regresa a la tierra, de SB a VK (Ascao/ barrio Bilbao/ Legazpi)
-desaparecidos los solares, las palmeras y los cactus, casuchas y casonas, y hasta ese resquicio por el que asomaba el mar de Castilla
todo fagocitado, incluyendo: bodegas de la ardosa, cacahuetes y ptatas fritas, iglesias coloniales ahogada su campanada
ahora más bien ETT ITV pulido de faros fast food y chicken chicken
ya sabéis toda esa mierda
de
los
co
jo
nes
marea de carpetas y marea de mareas
engullido en el torbellino por el cual todo se va desintegrando
mientras entro a la ciudad cuando asoma la noche
llego a la plaza/oasis
rara de narices entre las dos carreteras
donde por lo menos



viernes, 22 de noviembre de 2019

LUCERO


Hay que bajar grandes cuestas para entrar en este barrio y como queda encajonado hace más frío y parece que tarda más en entrar el sol, aunque cuando llega hermosea la zona, que es por sí de las más feas de Madrid. Queda en una hondonada, una especie de vaguada (debió de haber algún río, si es que todavía no corre subterráneo), vaguada que se prolonga: a lo largo, unos cinco kms, del Manzanares hacia el oeste, y a lo ancho, de norte a sur, cosa de un kilómetro, entre el paseo Extremadura y Carabanchel...

puente niuyorkino
Entro bajando la cuesta de una calle con chalets -la única del barrio y, además, anterior al barrio, pues la he visto en mapas aéreos de la guerra civil y el resto aún estaba sin construir, cerros donde pastaban las ovejas. Al final de la cuesta, veo que han cerrado la taberna “abierta desde 1956” y han tapiado los huecos de las ventanas con cemento.

Las calles tienen nombres resonantes, paseo de los Jesuítas, Huerta del Bayo, incluso unas callecitas que responden a los nombres de los mosqueteros de Dumas: Dartagnan, Athos, Aramis y Portos… Un poco más debajo de estas calles quedaba la piscina Miami, hoy por hoy destruida.


Paso también por esa calle que tiene a un lado una serie de corralas con galerías, pegando a un campo de fútbol de arena muy grande, por donde la zona parece respirar y abrirse un poco. Hace unos años, al  pasar por aquí con la bici, los jinchos habían levantado en el asfalto unos badenes con ladrillos y te miraban con mala cara. Los carteros no entraban al barrio (normal, para entregar citaciones…) Ahora esas corralas de posguerra las están derribando, y han hecho para realojo unos módulos de mármol blanco (seguramente de palo) horrorosos.


Hoy también uno que me ve hacer fotitos se pone a la defensiva, ¿a mí no me grabes, eh?, pero cuando le digo que no, que tranquilo, cambia de tercio y se pone a comentar unos periódicos de fútbol que hay colgados en una fachada de la librería. ¡Cómo va España!, ¿arrasando, no?

domingo, 17 de noviembre de 2019

BOWIE POR EL MADRID DE LOS 80

buscando en la basura
https://youtu.be/eYQ0Xd0nybQ

Sobre todo para fans de Bowie y para nostálgicos y sociólogos del Madrid de los años 80, pero apto para todos los públicos

Bowie pasea las calles viejas del centro en olor de multitudes, en plan divo total, pero con cierta simpatía.

Va acompañado de Peter Frampton, a modo de satélite que guarda el anonimato. Cuando un chaval le reconoce Bowie se apresura: “No, he is not Peter Frampton” –tal vez para que no le robe el protagonismo.

Mola también la actuación del pueblo, perplejo pero con cierta naturalidad (todavía no se ha instalado la hegemonía de las pantallas) como la chica que le pide que le devuelva el boli, que no tenga morro…

Van por Huertas, Carretas, llegan a Benavente (“spanish prostitutes”, reconoce Bowie). Un tío melenas que va con el séquito enfoca a una puta, que se oculta con un pañuelo y luego va tras él para currarle, y ahí se parten todos la polla…

Así hasta llegar a la plaza Mayor donde se sientan en una terraza revelando su condición guiri total.

GRACIAS A JUANJO POR EL ENVIO DE ESTE DOCU


DIARIO DE OTOÑO


Encuentro con L., plaza Benavente. Me invita a un café en el centro regional de Castilla La Mancha, donde trabaja. Un par de años sin vernos, y le noto  que físicamente empieza a desflecarse, el pelo más blanco y ralo (como yo mismo), un poco como esos escobones que pierden las púas. La casa regional es un casón detrás de Sol, con muchos cuadritos y porcelanas. Va sacando platos y tazas para los cafés y yo, buscando algo que hablar, me viene a la mente A., como si estuviera aún vivo. Estoy a punto de preguntarle por él. Al final le dejo mi número de tfno. y me despido. Me ha dicho que igual se pasa un día por casa a dormir (ahora vive muy lejos, en Piedralaves). Le he disuadido humorísticamente. Vaga desconfianza.

Con J y M en la cuesta de los libros. J le ha preguntado a M si ella estuvo en su exposición de 1996. Cierto desconcierto de M porque se lo suelta, a bocajarro, como si hubiera sido la primavera pasada. Y no es que crea que su exposición es un hito incontrovertible…  Más bien, esa precisión suya en las fechas del pasado, vivas y cercanas, no tanto por la fuerza de la memoria, sino como si todos estos años entremedias se le hubieran escurrido… Como si en un momento le hubieran quitado la alfombra bajo los pies y hubiera tenido que pegar un salto para llegar hasta ahora.

Interiores madrileños, corredores de empedrado desigual, patios de gatos y macetas, que tanto nos fascinaban. Ahora todo gris bajo la luz de invierno de esta mañana. Una quietud en el portal que desmiente la ciudad alrededor. Sirenas y taladros. La ciudad sin argumento, “inmenso patio de vecindad donde perder el tiempo” (Unamuno, o así). Mejor el crepúsculo, evanescente y mágico, que escapa siempre un poco más lejos.



domingo, 10 de noviembre de 2019

APAGON EN EL RASTRO



Años después, al principio del verano, Yñarrón deja su buhardilla del rastro y la cojo yo. Es en Ribera de Curtidores 10, se sube por una escalera de madera que da a un patio corrala y arriba, en el cuarto o quinto, siguiendo la hilera/divisoria del tejado a dos aguas se abre un corredor con múltiples buhardillas. El wc es comunal y no hay ducha, para lo que hay que ir a los baños de Embajadores o La Latina. Pero el precio es irrisorio y la tengo para dormir. El cuarto es mínimo, el techo siguiendo la inclinación del tejado, con un ventano en lo alto, hay unos metros donde te puedes poner de pie. Pero alguna tarde me quedo a leer. (Recuerdo Servidumbre humana de Somerset Maugham, un libro de Reno con letra muy pequeña). Cuando me canso, subo a pulso por el ventano y me siento en el tejado, en la tarde dorada del verano, la calle del rastro baja como un río vacío -al fondo ese rascacielos vintage años 50, con su campanario o minarete- suena por la radio la música de muecín, alauaqubar, los inquilinos de las buhardillas son mayormente moros, y al fondo de todo, detrás de Carabanchel, los campos de trigo rodeando, rozando la ciudad…
Una tarde cayó una tormenta gorda y hubo un apagón general en toda la zona. Salí a recorrer las calles sin gente, moradas las casas subiendo como acantilados oscuros. Había logrado por sorpresa lo que buscaba entonces, consciente o inconscientemente (pero siempre "literariamente"), la máquina del tiempo, subirme a ella para volver al Madrid de Baroja o –no se veía un pijo- al parís de Baudelaire. Soplaba un viento que venía del campo y volaba un globito de un niño perdido. Calles empedradas o de asfalto con un color de pez, una sombra blanca me cruzó rozándome, era un perro galgo, can urbanita que corría asustado por el apagón.


jueves, 7 de noviembre de 2019

ENCUENTRO EN EL RASTRO


He subido al Rastro, al río revuelto, aunque cada vez me apetecen menos los mogollones, mañana de sol y viento, he cogido unos libros muy baratos, (yo creo que por ser día con viento, porque los rastreros son muy sensibles a las variaciones meteorológicas). He pasado también por delante del muro donde teníamos el puesto –en aquellos años era un solar, ahora es una casa construida en la Ribera de Curtidores- donde vendíamos las cintas piratas…  Entonces no había cuadrículas en el Rastro, podías ponerte por libre, pero había que madrugar mucho para coger sitio, llegábamos de noche aún –poco después llegó la adjudicación por cuadrículas y hay quien dice que esta ordenanza marcó el fin del rastro tradicional, auténtico… El caso es que salíamos de allí con un dinero para toda la semana –y también con un buen dolor de cabeza, porque eran muchas horas al sol, bebiendo y fumando sustancias diversas… Pero lo que más me sorprende es que sigan algunos vendedores de entonces, como esa mujer que he visto, madura interesante, a la que recuerdo con los mismos rasgos aunque adolescente -casi una niña entonces, que tenía el puesto con los abuelos- y que me saluda como si nos hubiéramos visto el domingo anterior…

martes, 5 de noviembre de 2019

pla


Por fin me he leído de un tirón un libro con el que andaba a trozos toda la vida: las 800 págs de El cuaderno gris, de Josep Pla.
Es un diario, ya se sabe, de los años 18 y 19, escrito por un pla veinteañero (escrito en catalán, como casi toda su obra) y retomado/reconstruido cincuenta años después por el escritor sesentón. 
El libro va de todo y no va de nada. El clima, las nubes, los vientos (sobre todo los vientos –el garbí, la tramuntana…). Los payeses y las huertas, las tertulias de Barcelona, viajes de radio corto… Ni siquiera va de sí mismo, pues Pla se hurta a sí mismo, se esconde con ironía y prosa geométrica, quizá por eso que dice muchas veces sobre el pudor, el miedo al ridículo, etc.
Cuando acaso se muestra, lo hace cual joven monstruo de razón y de sentido común, que parece de vuelta de todo. Y sólo tenía veinte tacos… Quizá en aquella época los adolescentes eran ya tíos hechos y derechos –pero lo que sobre todo se nota es la labor correctora del escritor ya maduro, y por ahí el libro es más memorias que diario…


Buscando en google, leo que otros lo consideran en realidad “una novela” –suena como una boutade. Pero el caso es que a ratos yo también me lo pregunto, qué es este mamotreto: en el que no sucede nada, más que el tiempo muerto y vivo de la adolescencia, y además ya sabemos que josepla abominaba de la novela, un género según él para cretinos, con su pie forzado y su desenlace forzoso que no podía ser “espejo de la vida”


Lo suyo, más que narrativa, parece género de papelería, con títulos como Lo que hemos comido, Gerona, La Costa Brava, Fin de semana en Nueva York o El cuaderno gris, mismamente. Pla no cuenta nada y por eso se le lee sin prisa… Más pintor que narrador, es un hiperrealista, un escritor a ras del suelo…
Pla no cuenta nada pero en todas las páginas hay un destello, un color nuevo, una adivinación.


Leyendo sobre Pla he visto que otros autores de la época (Arbó, Bonald) le consideraban un risión, un metepatas, y que (pese a su pinta de paleto, o por ella misma) siempre se quedaba con toda la peña. No parece, pero podría ser. Se pinta a sí mismo Pla como hombre tímido y poco dado al enjuague social. Pero en las tertulias barcelonesas se movía como pez en el agua, y enseguida le enchufaron en La Vanguardia (creo que era en La Vanguardia).


Anduvo de periodista por la Europa de entreguerras y al final de la civil se fue a pasar una semana al mas de la familia y se quedó en el campo hasta su muerte. Hombre de mundo, enseguida se encasqueta la boina de payés. Y no se pierde una francachela, bajando de marcha al pueblo siempre que puede… Sólo cuando la carretera de la masía a Palafrugell, que él recorre a pie, se llena de coches y de camiones, se queda en su casa abominando de la sociedad de masas.

 

Pla es un misántropo siempre rodeado de gente, y un misógino al que se conocen unas cuantas novias, lo que ocurre que nunca presume de nada.


Pla va de payés –ese personaje, el viejo, el payés, es el que le convirtió en autor popular- y va también un poco de Baroja, con la boina y el estilo simple y sencillo. Según predica, su propósito de sencillez y de escribir como se habla (o al menos partiendo del lenguaje hablado) se le complica muchas veces, y así de Baroja pasa a Proust, tiene muchas ideas en el caletre y muchos colores en la paleta –los retratos psicológicos son buenos, las descripciones de la naturaleza son la hostia, más de pintor que de escritor… y los colores del cielo ponen toda la fantasía y el arte, y también un poco del barroquismo que Pla quiere erradicar. Lo suyo está muy trabajado. todo ese rollo de "fumo para buscar adjetivos", lo cual tensa su estilo pero a veces también lo ralentiza 
  

(pero mola un mazo