jueves, 12 de septiembre de 2019

NOTAS Y ESBOZOS


Al sr. X le molesta ver en los vagabundos que esperan la sopa del albergue –ese conventillo dieciochesco que hace esquina con el cine Ideal- la sonrisa y la tranquilidad que demuestran a pesar de todo la fuerza de la vida. Le parece inmoral.

Esas flores de un lila tenue, que aparecen aisladas a ras de tierra, señalando el final del verano, se llaman espantalobos.

“No quedó nada de él, saltó desde el andén en el momento que entraba y quedó descuartizado” –recuerda conmovido un conductor del metro. Y añade, en voz más baja- “…Y luego les llaman cobardes.”

J. le quitó la alfombra del descansillo a su vecina, y la tiró a la basura porque le parecía demasiado chillona. Tuvo que tirar otras tres más hasta que la vecina, que era rumana, acertó a comprar una más discreta.

Bajando en coche la cuesta de tierra, una tarde de verano, algarabía de pájaros. Y un “pájaro” de distinta clase, al que ha sorprendido el ruido del motor. Un zorro suspendido en el aire, como si volara -las orejitas tiesas, los dientes en punta, la cola pendiente, un ojo penetrante como un alfiler. Todo él como una figurita recortable, que, visto y no visto, del mismo brinco desaparece de escena.

Mañana de septiembre. El mismo airecillo cortante de cuando llegué, por estas fechas, a vivir aquí de chico. Después el mismo sol ácido como queso fundido. Pero en vano busco la misma ciudad, sin encontrarla.

domingo, 8 de septiembre de 2019

QT

Vamos al cine de verano a ver la última de Tarantino. Hace ya un frío que pela, pero aún así… Iba a ver la peli con recelo, iba más que por Tarantino por el tirón de De Caprio y Brad Pitt, esos dos guaperas que con el tiempo han acabado siendo buenos actores (y aquí grandes actores).  De Caprio hace de una estrella de Hollywood venida a menos, y Brad Pitt es su doble de acción. Hay qúimica entre ellos -un poco a la manera de Newman/Redford- y le dan la peli muy hecha a Tarantino. Parece que les deja hacer y se resigna a no ser Tarantino, rodando “sin más” una serie de escenas frescas, brillantes, rápidas… Parece que no pasa nada, una serie de anécdotas, apenas hay trama y sin embargo la pinícula despega enseguida.


Lo que más me jode de QT son los diálogos interminables, pretendidamente graciosos pero que estancan la acción. Por eso no puedo ver sus pelis por segunda vez en tv. Pero aquí Tarantino renuncia a ser ingenioso y prescinde de esas charlas. (Hay un momento, una conversación entre Di Caprio vestido de vaquero y una niña en un rodaje que amenaza con ser más de lo mismo, pero por fortuna se resuelve enseguida y sigue la película).



También renuncia a su “guiños cinéfilos”, sin necesidad de copiar planos de otros directores, no es necesario para que la peli transpire amor al cine. En una ambientación cojonuda, finales de los sesenta, están presentes las viejas salas y los carteles de cine -a mí me han traído muchos recuerdos: Al este de Java, El oro de Mckenna, los spaguetti western. También la secuencia de La gran evasión con la imagen superpuesta de Di Caprio suplantando a Steve Mc Queen, y ese Bruce Lee apócrifo… Y la música de entonces: ráfagas de Deep Purple, Neil Diamond, José Feliciano interpretando California dreamin.



Este Tarantino más contenido hace más con menos, deja también el gore y la carnaza habitual para la última escena: donde tiene sentido, porque hay que currar a los malos –unos putos hippies, en una solución alternativa a la matanza de la familia Manson en la casa de Polansky, que se resuelve con final feliz…
Conclusión: me ha gustado un huevo.
Lo mejor, inquietante, la llegada de Brad Pitt al rancho de los hippies, a plena luz del día, amenazante mezcla de western y cine de terror.







HA MUERTO PEPE MOLLEDA




Llevaba unos meses sin mandar sus chistes y viñetas y pensaba si no se había ido de vacaciones, pero ya me parecía mucho tiempo, ¿estaría enfermo? Un email que le mando lo contesta la mujer, “siento decirte que Molleda (sic) falleció el 16 de julio”.


Molleda había sido humorista en Pueblo, Hermano Lobo, en ABC –donde, ateo y anticlerical, le publicaban en la página de Religión. A mí me gustaba más como pintor, con su mundo de niñas, papagayos y gatos. Al final dibujaba para el periódico de CCOO, donde leo su necrológica.


Cuando le conocí, en 2005 o así, Molleda tenía sesenta y muchos tacos, pero era un habitante de la noche que le pegaba al Habanos y al cubata. Fuimos a ver una exposición suya, Homenaje al huevo frito, y luego hicimos una ruta por Huertas y esa zona. 



Yo había publicado Las calles del aire y Molleda se convirtió en gran valedor de esa novela, y repetía fascinado algunos diálogos del libro, como cuando el Kim llega borracho a su casa y se enfrenta a su padre, preguntándole: “¿Qué pasa? ¿Buscas jari?”


 Molleda era un outsider, un tipo a contracorriente, empezando por los horarios, pues se levantaba a las diez de la noche y se acostaba a las diez de la mañana. Molleda era un madrileño raro, mezcla de sevillano y asturiano. Sociable y dicharachero, pero yo creo que no le gustaba esta sociedad de masas y por eso vivía a la contra. 


Enseguida se retiró de la calle pero seguía viviendo en la noche. Hace dos veranos me llamó porque quería unos ejemplares de Las calles para los compañeros de Comisiones. (Tipo generoso, Molleda había comprado al editor una caja con veinte libros para regalar a su peña, así que estos pensaba regalárselos yo). Ya con los libros llamé a su casa para llevárselos y Amparo su mujer me dijo: “Está durmiendo, es que Molleda tiene unos horarios muy raros… Al final apareció una guapa taxista a llevarse “los libros para Molleda”.