viernes, 22 de junio de 2018

KAFKA


"¿Verdad que es muy fácil estar contento estos primeros días de verano?" (Kafka, carta a Max Brod)
“Ayer empezó la guerra. Por la tarde fui a nadar”. (Kafka, Diario)

jueves, 21 de junio de 2018

MISTICA




La mayoría de los que asoman por aquí no son del dominguero tipo. Hay hora y pico subiendo desde el pueblo (no se permiten vehículos, pero “yo-sí-puedo”) y no se atreve cualquiera. Son especímenes interesantes. El otro día unos chavales con monitores, o viceversa. Querían subir al mirador de chapa pero les dije que mejor no porque eran una docena y no sé yo lo que aguantarán estas infraestructuras. Subieron al final un momento sólo dos adolescentes, de ojos brillantes y pelo largo, sonrientes y sanotes, que podían ser de cualquier barrio de Madrid. Los otros cantaban unos cantos montañeros de esos que hace mucho ya no se oyen y que me hacían sospechar algo… Acto seguido rezaron una Salve, y ahí me di cuenta que eran del Opus. Siguió una charleta didáctica de cara al paisaje, sobre la belleza de la naturaleza y el mundo: “el gran regalazo que nos ha hecho el Creador”. (Yo me reía pensando en el “regalazo” que eran para mí calores y vientos, la plaga de tijeretas... Pero bueno). Después,  todos dispersos y cada uno en su trozo de roca mirando el panorama, se convocó “un momento de silencio”, momento que más tarde interrumpiría el sonido de un silbato... La cosa es que la mística, a poco que te pongas, siempre da resultados. Yo seguía a lo mío, leyendo, pero enseguida me sentí envuelto en aquel silencio compartido, silencio sobre silencio, y el callar habitual del paisaje, siempre impersonal y como rasgado, primero se hizo opaco, como si se condensara, y luego pareció acercarse, apaciguado, amistoso… Como si aquellos probos estudiantes hubieran convocado un campo de energía, o alguna hostia. El silencio se hizo uno más y si no hablaba se veía que era porque no le daba la gana.
(éstos son otros)

martes, 19 de junio de 2018

VERTICES GEODESICOS


VERTICES. Suben dos chalados a primera hora, “chico y chica”. El tío se lanza escaleras arriba hacia la plataforma metálica. Trepa con cierta agilidad al vértice geodésico y se coloca en lo alto del estrecho cilindro de piedra, con los pies muy juntos, y va rotando despacito -360º- al tiempo que lanza instantáneas al paisaje. Pelo blanco terminado en coletilla, los cincuenta ya pasados, torso afeitado como Charlton Heston en sus tiempos mejores. La chica -una rubia maciza- le sujeta los pies a cada posición. Es lo que me choca, este pibón que le acompaña. Pero, si uno adelanta lo bastante en su locura, siempre habrá quien le secunde… 
Estos van sacando panorámicas desde lo alto de todos los vértices geodésicos, por toda España, para meterlos en una página web. Luego pasan las fotos al instituto geográfico (lo que parece dar cierta credibilidad al proyecto).
-Sólo en España hay unos 10. 500. Ya llevamos 700.
-No son 10.500, son 11.000 –precisa la rubia. Y a mí al principio me suena lo mismo, pero 500 más son nada más que… ¡quinientos!.
Creo recordar que la referencia de estos mojones, medidores de la altura, base de cálculos topográficos, es el meridiano de Greenwich, según me explicó una vez un ingeniero que apareció por la Solana. En aquella torre también tenía uno delante...
(El que sale en la web siempre, bajo el título de Los ojos abiertos es el de Cerro Almodóvar, donde la gente vallecana ha dejado también su marca: “DE VK AL CIELO”.)


lunes, 18 de junio de 2018

EL BOSQUE Y EL PUEBLO


Ha venido J en plan ordeno y mando. Me recrimina, entre otras cosas, por haberme deshecho de una especie de mesilla que había en el puesto, toda jodida, astillas y clavos –y, sobre todo, mugre. La espiacé contra unas rocas desde lo alto la torre.
-Y la silla giratoria que traje yo, qué, ¿esa también la vas a tirar?
-No, ahí está la silla, bastante cochina por cierto…
J encarecidamente me ruega que vigile el pinar enorme que hay bajo la torre –una masa entremezclada de castaños, robles y helechos, que debían ser especies originarias antes de que repoblaran- , “la joya de la zona, reserva natural”…
-Como se queme algo, nos matan los del pueblo.
Eso me convence más que todas sus reconvenciones anteriores.
Tampoco yo me imaginaba que hubiera aquí esta extensión de bosques. Al atardecer desciendo la pista de kilómetros que baja de la peña, un camino verde y sombrío, húmedo todavía, que contrasta con el pueblo, naranja y como aplanado. Es el más lejano de la provincia de Madrid, tocando ya con Toledo…
Está todo dios en la calle principal, en un patio junto a un bar, donde han colocado una tele frente al paredón para ver el fútbol. Miradas detenidas, fichando al forastero. ¿A que tanto mirar, la gente de los pueblos? ¿Qué pasa?, ¿es que no hay carreteras para ir y venir?
El caso es que todos los que han subido hasta arriba han sido encantadores, alguno hasta me ha traído melocotones, como a un diosecillo de la montaña. Pero aquí abajo…
Tengo que reducir y pasar despacio porque hay un tío en medio de la carretera. No se quitará, no. Viste camisa y pantalones negros y hace una finta desganada, torera, al paso del auto.
Entre los callejones asoma la torre de una iglesia. A la salida bares y restaurantes cerrados, con letreros de se vende. Palmeras pequeñas y artificiales de melena lacia. Una gasolinera como de juguete. Unos columpios. Mujeres morenas sentadas en sillitas frente a una nave también cerrada. Algunas pintadas: “Vivan los quintos de 2017” (¡!). Todo de ladrillo rojo en la tarde roja como si el pueblo se hubiera levantado en el polvo esta misma tarde y con la noche fuera a desaparecer.


martes, 5 de junio de 2018

CUATROCAMINERA


Estaba intentando sacar aislada a la gitana de las flores, pero es imposible porque todo el rato pasa gente. ¿Es la misma que estaba en Cuatro Caminos hace tantos años, cuando llegamos a Madrid? Parece la misma, pero tiene que ser la hija –en cualquier caso Egipto puro. Siempre me gusta volver a mi barrio de entonces, esa calle tan larga que atraviesa la glorieta hacia el norte, Bravo Murillo, ejemplifica para mí lo mejor y lo peor de la ciudad, el anonimato pero también el abigarramiento, el movimiento, la diversidad… En la avenida los grandes autobuses, el mercado, los kioskos, ruido de motores y olor de gasolina. En las callejuelas a los lados, tabernas y casas como de pueblo, las montañas al fondo… Calles de Tablada, Almansa. Los domingos recorriendo Bravo, buscando un cine que nos dejaran pasar. Mayores de 18. Stgo incluso inventó una hermosa denominación, al tiempo despectiva y cariñosa: “un bravo”, “es muy bravo”, “qué peña más brava” –bravo: habitante de aquellos parajes que hoy son Babilonia. Ya entonces tenía algo de agotadora avenida sudamericana. Los desaparecidos cines ejecutaban una doble moral, porque entre semana pasaba todo cristo. Pero los domingos debía de aparecer la inspección… Pero gustaba recorrer aquella calle, orientación norte/norte… Yo ya me he curado algunas depresiones calle arriba y abajo, sólo con ver al personal. Al llegar a Pza Castilla la calle traza una ligera curva nor/noreste, de donde se mantenía un hilo para el exiliado, no estaba cerrada la vuelta. En la Ventilla rebaños y tiovivos. Para mí es la verdadera entrada a Madrid, tras el mareo de las circunvalaciones empieza a pulular la humanidad y en las fiestas de julio pasas bajo guirnaldas de luces. Debo de tener por ahí afotos pero mejor enlazar a Moris, el rockero argentino, que le dedicó una buena canción: La ciudad no tiene fin.

La ciudad no tiene fin - MORIS - YouTube


https://www.youtube.com/watch?v=plfXLQ2pMLw

lunes, 4 de junio de 2018

VOCES


Al divisarla entre dos luces me había parecido una niña. Y niña era, al menos en el interior de su cabeza en la que se entrecruzaban como hilos todas las voces del mundo. Recordé haberla visto otras noches, y lo que de ella se decía, que hablaba en voz alta consigo misma, se preguntaba y se contestaba ella misma.
Pero lo suyo no era tanto un discurso sino fuegos artificiales brotando de un cerebro revolucionado, lanzados en todas direcciones. Todo lo que le llegaba lo soltaba sin filtro, sin parar quieta tampoco. Iba girando de unos a otros y los que estaban a su lado, sin llegar a contagiarse del desvarío, dejaban entrever un momento su condición de satélites. La gente la trataba sin consideración ni pena, con naturalidad total.
A veces atendía al exterior, a lo que veía en la calle (Eso es, todo se arregla con un beso…) y a veces algo le llegaba de arcanos insospechados. ¡Cuidado, que te dan por la espalda…! Sí, aquel. El que se intentó casar con Marta… Oye (imitando el acento vasco) ese deje no es nuestro, eh, así no hablamos nosotros… Ese se parte de risa. Muy bien chiquitín, tú puedes.
Bailaba brevemente, cambiaba del castellano al euskera (Hori da! Ba dakit), cantaba en francés o en italiano y a veces parecía tener el don de lenguas: tan rápido y gutural hablaba que no se entendía la frase, salpicada de pronto de referencias culturales –Some girls. Cortazar. John Cage. Neil Young…
Las piernas blancas rematadas en botas de cabritilla, el pelo de troglodita. Lo mismo se arrancaba a bailar (agachó la cabeza y con un vaivén cabrío embestió de un topetazo contra la espalda de Sergio) que cogía un botellín vacío de cerveza y con la mirada pensativa soplaba en él arrancándole sonidos de flauta. Entraba al bar cargada de botellas para dejar en la barra –¡Desde abajito puedo con todo! Y volvía.
Y lo gracioso es que se centraba cuando quería, cuando algo le llamaba la atención o cuando aparecía por la esquina un conocido que iba a sumarse a la reunión, levantando ella la mano para saludarle; intercambiaban dos palabras para enseguida volver a lo suyo, cada nueva frase igual que una ola que borrara la huella de la anterior.