domingo, 19 de abril de 2015

SERIEFILOS




Probablemente el gran público abducido por las series carece de otras referencias, llega de pronto a la épica de Juego de tronos, sin haber visto o leído a Conan, a Shakespeare, Olvidado rey Gudú o El señor de los anillos -y se quedan alucinados, claro, como ante un nuevo mediterráneo.
Esta pasión actual viene refrendada por algunos “intelectuales” que, para curarse en salud, invocan a Dickens como el padre de las series, un referente “intocable”. Es posible que Dickens sea la base de “todo”, pero también que de sus novelas de 800 págs estamos deseando saltarnos la mitad. Que avance un poco la cosa.

 

Eso mismo me parece ocurre en las series de infinitos capítulos. Al menos en la (única) que he intentado ver, The wire, ese thriller sociológico y neoyorkino que viene “recomendadísimo” y que abandoné tras ver cinco capítulos.

En The wire (segunda temporada) hay unos seis o siete personajes –un negro que vende coca, un sindicalista exhibicionista que saca la polla en los bares, un poli corrupto, un estibador corrupto del puerto de NYC… Cada capítulo se reparte entre estos personajes y sus tramas correspondientes, aunque sólo una o dos de estas tramas avanzan un poco, las demás se postergan indefinidamente.
Un capítulo tras otro hasta que me aburro y lo dejo.
“Eso de las series –me dice un colega- es como la última hora en la discoteca, que te quedas a ver qué pasa, a ver si pasa algo, pero nunca pasa nada”.

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