miércoles, 1 de julio de 2015

CINE DE VERANO 2



 
 
…después de la primera película el cine se había vaciado. Ahora podíamos escoger el asiento que quisiéramos. Sin gente, el espacio parecía mucho más amplio.
Pasábamos por entre las filas vacías, las incómodas sillas naranjas de plástico –extrañas en la noche, con un brillo espacial.
El cine al aire libre, encajonado y asfáltico junto a las vías de tren, un estremecimiento, rostros fugaces tras los cristales amarillos, como un tren –le había dicho yo a S- que se dirigiera a Auschwitz (en realidad, un bastante más prosaico “cercanías”). Y aún más arriba, en lo alto sobre la ciudad, luces de torres e iglesias.


 
recalentado tras los largos días de verano
se vio recorrido de pronto por una brisa refrescante
 
La brisa venia a ras del suelo -¿acaso subía del río medio seco?- como empujada desde muy lejos, como desplazada, barrida por la escoba de un gigante, desde lejanos bosques -inimaginables en la ciudad, tan fantásticos como si surgieran de aquellas películas- atravesando anchas mesetas. Respirábamos y nos adormecíamos, tumbados ocupando varias de aquellas sillas.
 
La brisa trajo un momento un olor de orines y de vino (muchos indigentes dormitaban en las cercanías) que fue muy pronto barrido y regresó aquella fragancia de campos lejanos, con el cascabeleo de los chopos. Acaso, muy a lo lejos, veíamos algún otro espectador igualmente perdido entre el revoltijo naranja de sillas inútilmente multiplicadas.
 
 
Pasó otro tren, machacando la noche, éste con las ventanas a oscuras, tal vez el último, imponiendo su tran tran al diálogo que escupía la pantalla. Caras lisas, luego hinchadas, distorsionadas, alargadas de pronto por el viento. El resplandor de la pantalla no lograba apagar el brillo de las estrellas.
 
Eché la cabeza atrás y me dormí arrullado por una tensa conversación (el duelo entre pistoleros ha sido sustituido en nuestros días por enfrentamientos más sutiles) una oficina de brokers de Nueva York, jóvenes trepadores y ejecutivos agresivos, una reforma, despidos, perdidas las buenas formas, sálvese quien pueda... Dos becarios tenían que rescatar el ordenador de un ejecutivo caído en desgracia que albergaba datos confidenciales. Olía a tierra y, los ojos cerrados, adormecido, aquella trama que se iba resolviendo en mi cabeza me parecía lejana como un argumento de ciencia ficción.
 


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