lunes, 4 de junio de 2018

VOCES


Al divisarla entre dos luces me había parecido una niña. Y niña era, al menos en el interior de su cabeza en la que se entrecruzaban como hilos todas las voces del mundo. Recordé haberla visto otras noches, y lo que de ella se decía, que hablaba en voz alta consigo misma, se preguntaba y se contestaba ella misma.
Pero lo suyo no era tanto un discurso sino fuegos artificiales brotando de un cerebro revolucionado, lanzados en todas direcciones. Todo lo que le llegaba lo soltaba sin filtro, sin parar quieta tampoco. Iba girando de unos a otros y los que estaban a su lado, sin llegar a contagiarse del desvarío, dejaban entrever un momento su condición de satélites. La gente la trataba sin consideración ni pena, con naturalidad total.
A veces atendía al exterior, a lo que veía en la calle (Eso es, todo se arregla con un beso…) y a veces algo le llegaba de arcanos insospechados. ¡Cuidado, que te dan por la espalda…! Sí, aquel. El que se intentó casar con Marta… Oye (imitando el acento vasco) ese deje no es nuestro, eh, así no hablamos nosotros… Ese se parte de risa. Muy bien chiquitín, tú puedes.
Bailaba brevemente, cambiaba del castellano al euskera (Hori da! Ba dakit), cantaba en francés o en italiano y a veces parecía tener el don de lenguas: tan rápido y gutural hablaba que no se entendía la frase, salpicada de pronto de referencias culturales –Some girls. Cortazar. John Cage. Neil Young…
Las piernas blancas rematadas en botas de cabritilla, el pelo de troglodita. Lo mismo se arrancaba a bailar (agachó la cabeza y con un vaivén cabrío embestió de un topetazo contra la espalda de Sergio) que cogía un botellín vacío de cerveza y con la mirada pensativa soplaba en él arrancándole sonidos de flauta. Entraba al bar cargada de botellas para dejar en la barra –¡Desde abajito puedo con todo! Y volvía.
Y lo gracioso es que se centraba cuando quería, cuando algo le llamaba la atención o cuando aparecía por la esquina un conocido que iba a sumarse a la reunión, levantando ella la mano para saludarle; intercambiaban dos palabras para enseguida volver a lo suyo, cada nueva frase igual que una ola que borrara la huella de la anterior.

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