domingo, 10 de noviembre de 2019

APAGON EN EL RASTRO



Años después, al principio del verano, Yñarrón deja su buhardilla del rastro y la cojo yo. Es en Ribera de Curtidores 10, se sube por una escalera de madera que da a un patio corrala y arriba, en el cuarto o quinto, siguiendo la hilera/divisoria del tejado a dos aguas se abre un corredor con múltiples buhardillas. El wc es comunal y no hay ducha, para lo que hay que ir a los baños de Embajadores o La Latina. Pero el precio es irrisorio y la tengo para dormir. El cuarto es mínimo, el techo siguiendo la inclinación del tejado, con un ventano en lo alto, hay unos metros donde te puedes poner de pie. Pero alguna tarde me quedo a leer. (Recuerdo Servidumbre humana de Somerset Maugham, un libro de Reno con letra muy pequeña). Cuando me canso, subo a pulso por el ventano y me siento en el tejado, en la tarde dorada del verano, la calle del rastro baja como un río vacío -al fondo ese rascacielos vintage años 50, con su campanario o minarete- suena por la radio la música de muecín, alauaqubar, los inquilinos de las buhardillas son mayormente moros, y al fondo de todo, detrás de Carabanchel, los campos de trigo rodeando, rozando la ciudad…
Una tarde cayó una tormenta gorda y hubo un apagón general en toda la zona. Salí a recorrer las calles sin gente, moradas las casas subiendo como acantilados oscuros. Había logrado por sorpresa lo que buscaba entonces, consciente o inconscientemente (pero siempre "literariamente"), la máquina del tiempo, subirme a ella para volver al Madrid de Baroja o –no se veía un pijo- al parís de Baudelaire. Soplaba un viento que venía del campo y volaba un globito de un niño perdido. Calles empedradas o de asfalto con un color de pez, una sombra blanca me cruzó rozándome, era un perro galgo, can urbanita que corría asustado por el apagón.


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