El
lunes era el mejor día para ir a Interviú. Con la revista recién aparecida esa
misma mañana estaban abiertos a ver qué metían el número siguiente. Y para los
colaboradores, una semana de decepción, o un mes de abundancia, a saber, porque
pagaban buena pasta, y, si había suerte, si “el tema” era fresco y gustaba,
saldría publicado el siguiente lunes. Pero antes, para conseguir venderlo, había que entrar en
aquel edificio de O, Donnell (Grupo Z), muy cerca del Retiro, parque donde unos
minutos antes uno había estado haciendo respiraciones, ejercicios de relajación
y toda la tabla del budismo zen, a fin de enfrentarse a la bestia negra lo más
tranquilo posible.
La
bestia negra era el sr Gordillo y su espada Tizona, pero eso va un poco más
adelante. El proceso había sido más o menos el siguiente:
Repasados
todos los periódicos recientes “de provincias” en la hemeroteca, había que
buscar un asunto “con gancho”, un suceso local que hubiera pasado inadvertido a
las televisiones y a las agencias ((si luego el reportaje salía, ya se
encargarían de llamar, simpatiquísimos, preguntando teléfonos y datos)). Cosas
la mayoría de las veces harto peregrinas… Pejemplo, había un gaditano afincado
en Onda a quien había abandonado la mujer, echándose a la vida y dejándole con
nueve críos a los que quitarles los mocos… Era difícil contactar por teléfono
con aquellas gentes de la España profunda y había que lanzarse a la piscina.
La
piscina era un autobús nocturno lanzado en la estepa de la noche, porque menda
no tenía buga ni tenía carnet. A veces –uno era joven- dormía de un tirón, a veces me
estremecían las torres de una iglesia junto a la carretera, el lamparazo de las
gasolineras, un bosque muy negro… Llegaba muy temprano, yo qué sé dónde, a una
Córdoba desierta y con pájaros, y cruzando a pie el puente romano filosofaba
con los versos de Quevedo: “Ayer se fue/mañana no ha llegado” leídos en el
almanaque del velador con churros. Luego un autobús de cercanías me llevaría al
“lugar del siniestro”, el pueblo…
Pero voy a resumir un poco estas memorias del periodismo, que amenazan convertirse en Libro gordo del Petete… Había que hacerse colega de aquella gente, ser tranquilo y sencillo, porque algunos querían salir y otros no, pero en los pueblos leían Interviu y en general sí, y hasta invitaban a alubiada y a longaniza…
Había que preguntarlo todo y había que echar muchos carretes y muchas fotos, hasta que la peña te dijera que vale, que no fueras tan pesado.
En
el autobús, el campo corría, Madrid se iba acercando, bajaba en Alenza o en
Delicias con el mareo del viaje por el espacio/tiempo, y aquella misma noche me
acercaba a Carreño (revelado rápido) a depositar en un buzón los carretes de
diapos que recogería el lunes…
(continuará...)
Y esta serie sobre la desaparecida revista va dedicada a A. D. Fenoy, compañero de batalla, amigo siempre, y en memoria de Francisco Umbral, maestro en Interviú y otras muchas págs
(continuará...)
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