He oído que van a hacer un hotel en el edificio de la imprenta Rivadeneyra, esa casa rara en un Madrid raro, como muy atlántico, que se despeña cuesta abajo, entre el centro y el río, con una ilusión de fuga. Calles en cuesta que parecen bajar hacia un puerto, pero bajan al río y a la estación del Norte –otro punto de huida.
La imprenta tiene un nivel de protección que atañe sólo a la fachada y a unas escaleras interiores de madera. Alguna vez, atravesando el zaguán oscuro ocupado por máquinas y rotativas (o eso creo recordar: a lo mejor es la memoria mítica, involuntaria) me he asomado a esas escaleras que deben estar igual que hace un siglo o más que se construyó la imprenta. ¿Quién iba a bajar por las escaleras fantasmales? ¿González Ruano, Carranque de Ríos, el resucitado Chaves Nogales, director de Estampa (con sede en Rivadeneyra)? Los adalides del “nuevo periodismo” que ahora cuentan que se inventó aquí, aunque se patentara en USA (Mailer, Capote) y que deviene, décadas después, en As y Semana, actuales ocupantes del inmueble.
Algunas tardes de domingo grises abro algunas estampas de las que pillé en el Rastro para viajar por el tunel del tiempo. El Estampa es como un Interviú en los años 30,con vedettes y coristas a las que no se les ven las tetas, y chulos reportajes de color sepia: “Los niños de Madrid juegan a la guerra”, “Buscadores de oro en Madrid: una mina encontrada en el paseo de las Delicias”.
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