sábado, 6 de agosto de 2016

EL KIOSKO DE JAVI



He pasado en la canícula por el abandonado kiosko de Javi y veo una cristalera jodida y al alcance de la mano,  pero comidos por el sol y el polvo, los libros de bolsillo setenteros y ochenteros: los Simenones, Bruguera Libro Amigo, la revista de SF Nueva Dimensión.




Hace un año, me informan, dejó de verse por allí a sus padres, los padres de Javi, y el kiosko se cerró. Es posible que los padres, muy viejos, y ya idos en los últimos tiempos, hayan muerto. Es casi seguro que lo hicieran años atrás Javi y su hermano.

 

El kiosko se mantiene frente a la comisaría de Reina Victoria. Cuando entonces, cuando la movida, cuando vinimos al foro, los barrios pijos y/o fachillas –más bien en este caso lo segundo, mucho militarote, mucho picoleto- también tenían sus yonkis y sus pasados. (Así les llamábamos, toma nota, RAE).


 
Javi era cabezón, hosco y aniñado. Solía vérsele merodeando los coches aparcados, en los callejones vacíos del domingo, buscando un loro, imagino, para venderlo “y pillar burro”. Una vez mi hermano Pablo y yo, perdidos en aquella gran ciudad ,un sábado de invierno, encontramos a Javi, igualmente perdido o más. ¿Oye, tíos, sabéis dónde está por aquí un sitio que se llama Grafitti? No, no sabemos. Llevaba algo en la mano, un taco de propaganda que tenía que entregar. Se acercó a la taquilla de un cine y preguntó a la taquillera ¿Señora, sabe usté un sitio que se llama Grafitti? Hablaba madrileñamente, pisando y arrastrando las eses. No, hijo. Pos qué rollo, ¿no?



El kiosko se cerraba, se abría, ya en los noventa lo regentaba un hermano de Javi, unos años mayor. Tampoco debían de irle muy bien las cosas, pues una vez que fui a hacer un reportaje de comedores sociales, me lo encontré allí. Estuvo hablando conmigo. Yo creo que mi cara le sonaba vagamente, del barrio. Sí, como el Francihco Umbral. 35 millones por los artículos…  Ese no se comerá una lata de caballa, no. Y a los demás, que nos den por el ojete –Era cuando el popular escritor fichó brevemente  por el ABC. Como buen kioskero, Javi brother se expresaba con continuas referencias a la actualidad de entonces. Bua, chaval, aquello parecía el Parque Jurásico…
 
 
 
Los padres en los últimos años tenían aún la pinta paletos recién acampados en los madriles, el botijo a la sombra del kiosko. El viejo con la gorra, y la madre muy castiza diciéndoles a algunas chicas jóvenes: Yo que tú, si pudiera, me metía de puta, a ver por qué no. Se tiene que ganar una pasta.
En el abandonado kiosko los libros se decoloran, muy leídos por el sol, mientras por la avenida pasan zumbando los coches en un Madrid que  ya nunca se vacía.
 




(nota: en el hermoso dibujo que abre esta entrada -sacado de la web de la ilustradora Alicia Martín- puede observarse el kiosko de Javi, abajo a la izquierda, tras un coche con los faros encendidos)

martes, 2 de agosto de 2016

LAS TRINCHERAS

 
 
Tardé meses, o años, en darme cuenta de que aquella zanja que recorría en bici, a media ladera, en la Dehesa de la Villa, zanja sinuosa que serpenteaba entre los pinos, de paredes cóncavas como para derrapar gozosamente, era una vieja trinchera –apenas colmatado su lecho de arena por  el poso de los años (cuarenta, cincuenta, que entonces me parecían muchos, y hoy no tantos).
 


Ahora andan descubriendo mediterráneos, los arqueólogos, los zahoríes, los rastreadores, corriendo la línea del frente un kilómetro más adentro, o sea hasta esa Dehesa de la Villa, a la zanja en la ladera, a los parapetos del Cerro de los Locos, unos metros más arriba, donde hoy también se juega a las cartas y al frontón,  hasta los minifundios y los pinos a cuya sombra leía yo de adolescente a Proust (otra historia, ver El hombre casi solo).
 
Pasaron el río, entonces, ese río de secano, tal vez lo atravesaron por donde ahora el Parque Sindical, islotes de légamo, subiendo por la Dehesa hacia Tetuán, aún sin entrar del todo (como en esa cuña del Parque del Oeste, paraje poco transitado donde se mantienen los nidos de ametralladoras de cemento mirando a la ciudad), aún sin entrar del todo todavía en Madrid, esa ciudad teóricamente indefendible, de huertas y murallas rotas. Qué pena que se la cargaran. (Ah, claro, es que para eso, entre otras cosas, hicieron la guerra).

 
Descubriendo mediterráneos, pero también verdades de plomo, como las balas que ahora aparecen, armamento forjado en fraguas por los viejos del lugar, fusiles de 1870, hoces y guadañas, todo lo cual confirma la vieja verdad (no, no les creáis si os dicen otra cosa, es sólo propaganda),  un ejército levantado en armas –propias y europeas- para machacar a su pueblo inerme.