He
pasado en la canícula por el abandonado kiosko de Javi y veo una cristalera
jodida y al alcance de la mano, pero
comidos por el sol y el polvo, los libros de bolsillo setenteros y ochenteros:
los Simenones, Bruguera Libro Amigo, la revista de SF Nueva Dimensión.
Hace
un año, me informan, dejó de verse por allí a sus padres, los padres de Javi, y
el kiosko se cerró. Es posible que los padres, muy viejos, y ya idos en los
últimos tiempos, hayan muerto. Es casi seguro que lo hicieran años atrás Javi y
su hermano.
El
kiosko se mantiene frente a la comisaría de Reina Victoria. Cuando entonces,
cuando la movida, cuando vinimos al foro, los barrios pijos y/o fachillas –más
bien en este caso lo segundo, mucho militarote, mucho picoleto- también tenían
sus yonkis y sus pasados. (Así les
llamábamos, toma nota, RAE).
Javi era cabezón, hosco y aniñado. Solía vérsele merodeando los coches aparcados, en los callejones vacíos del
domingo, buscando un loro, imagino, para venderlo “y pillar burro”. Una vez mi
hermano Pablo y yo, perdidos en aquella gran ciudad ,un sábado de invierno,
encontramos a Javi, igualmente perdido o más. ¿Oye, tíos, sabéis dónde está por aquí un
sitio que se llama Grafitti? No, no sabemos. Llevaba algo en la mano, un taco
de propaganda que tenía que entregar. Se acercó a la taquilla de un cine y
preguntó a la taquillera ¿Señora, sabe usté un sitio que se llama Grafitti?
Hablaba madrileñamente, pisando y arrastrando las eses. No, hijo. Pos qué
rollo, ¿no?
El
kiosko se cerraba, se abría, ya en los noventa lo regentaba un hermano de Javi,
unos años mayor. Tampoco debían de irle muy bien las cosas, pues una vez que
fui a hacer un reportaje de comedores sociales, me lo encontré allí. Estuvo
hablando conmigo. Yo creo que mi cara le sonaba vagamente, del barrio. Sí, como
el Francihco Umbral. 35 millones por los artículos… Ese no se comerá una lata de caballa, no. Y a
los demás, que nos den por el ojete –Era cuando el popular escritor fichó
brevemente por el ABC. Como buen
kioskero, Javi brother se expresaba con continuas referencias a la actualidad
de entonces. Bua, chaval, aquello parecía el Parque Jurásico…
Los
padres en los últimos años tenían aún la pinta paletos recién acampados en los
madriles, el botijo a la sombra del kiosko. El viejo con la gorra, y la madre muy
castiza diciéndoles a algunas chicas jóvenes: Yo que tú, si pudiera, me metía
de puta, a ver por qué no. Se tiene que ganar una pasta.
En
el abandonado kiosko los libros se decoloran, muy leídos por el sol, mientras
por la avenida pasan zumbando los coches en un Madrid que ya nunca se vacía.
(nota: en el hermoso dibujo que abre esta entrada -sacado de la web de la ilustradora Alicia Martín- puede observarse el kiosko de Javi, abajo a la izquierda, tras un coche con los faros encendidos)
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