martes, 2 de agosto de 2016

LAS TRINCHERAS

 
 
Tardé meses, o años, en darme cuenta de que aquella zanja que recorría en bici, a media ladera, en la Dehesa de la Villa, zanja sinuosa que serpenteaba entre los pinos, de paredes cóncavas como para derrapar gozosamente, era una vieja trinchera –apenas colmatado su lecho de arena por  el poso de los años (cuarenta, cincuenta, que entonces me parecían muchos, y hoy no tantos).
 


Ahora andan descubriendo mediterráneos, los arqueólogos, los zahoríes, los rastreadores, corriendo la línea del frente un kilómetro más adentro, o sea hasta esa Dehesa de la Villa, a la zanja en la ladera, a los parapetos del Cerro de los Locos, unos metros más arriba, donde hoy también se juega a las cartas y al frontón,  hasta los minifundios y los pinos a cuya sombra leía yo de adolescente a Proust (otra historia, ver El hombre casi solo).
 
Pasaron el río, entonces, ese río de secano, tal vez lo atravesaron por donde ahora el Parque Sindical, islotes de légamo, subiendo por la Dehesa hacia Tetuán, aún sin entrar del todo (como en esa cuña del Parque del Oeste, paraje poco transitado donde se mantienen los nidos de ametralladoras de cemento mirando a la ciudad), aún sin entrar del todo todavía en Madrid, esa ciudad teóricamente indefendible, de huertas y murallas rotas. Qué pena que se la cargaran. (Ah, claro, es que para eso, entre otras cosas, hicieron la guerra).

 
Descubriendo mediterráneos, pero también verdades de plomo, como las balas que ahora aparecen, armamento forjado en fraguas por los viejos del lugar, fusiles de 1870, hoces y guadañas, todo lo cual confirma la vieja verdad (no, no les creáis si os dicen otra cosa, es sólo propaganda),  un ejército levantado en armas –propias y europeas- para machacar a su pueblo inerme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario