miércoles, 19 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARIA PANERO VISTO POR MICHI PANERO (4)

Leopoldo María Panero y su madre en el hospital de Basurto (Bilbao)


 
Tras su intento de suicidio a Leopoldo –tras de burro, apaleado- mi madre lo interna en un hospital psiquiátrico de Tarragona. Un sanatorio carísimo con una planta para invitados donde pasamos mamá y yo una temporada. Los pacientes comían con los familiares y luego íbamos a la playa todos juntos, en fila india, como en una excursión del colegio.

Leopoldo tampoco estaba mal allí, con su habitación propia y sus discos de Lola Flores. Más que un loquero en el sentido estricto del término era un hospital para neuróticos y gente con manías. Recuerdo entre ellos a una chica muy mona que tenía la manía de lavarse constantemente; también había una señora que de repente se levantaba de la mesa y empezaba a cantar zarzuelas. LMP por entonces tenía la obsesión de los caramelos con licor por dentro.

Uno de los mejores amigos de mi hermano era un tal Ramón Ibáñez Alvear, un gigantón gaditano muy ocurrente y muy gracioso al que su familia de terratenientes andaluces castigaba por homosexual. Ramón exhortaba a mi hermano: “Leopoldo, deja ya tu locura”. Era muy divertido y mi madre se encariñó mucho con él. La única manía que tenía era que le trajéramos cánulas para metérselas por el culo, ese tipo de porquerías, pero es que el pobre Ramón estaba castigadísimo, su familia incluso le había llevado a Suiza para curarle la homosexualidad, una idea muy española.

Otro personaje era el portero del hospital, que por derecho podía haber estado en régimen de internado. Se trataba de un oligofrénico que se sabía de memoria la fecha, la hora y el minuto de los sucesos más nimios que ocurrían en el hospital. Se le preguntaba: “¿Cuándo fue la ultima vez que marchó Leopoldo a Tarragona?”, y él contestaba: “El día 27 de agosto, a las 12 horas, 14 minutos, 17 segundos, aquel día el hombre del tiempo había dicho...”. En cinco minutos te daba el parte completo.

Aquel era un psiquiátrico muy caro y con gente muy civilizada, una clientela de neuróticos y viejos ricos ante los que se procuraba hacer un paripé de puertas medio abiertas que en aquellos años no era lo más corriente. Los sanatorios por los que pasaría Leopoldo más tarde fueron mucho más duros. Pedralbes, Ciempozuelos, Leganés, Mondragón, el provincial Francisco Franco. Este último tenía su sección psiquiatrica en un primer piso del que LMP escapó por la ventana, con tan mala fortuna que se rompió la clavícula.

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