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viernes, 5 de febrero de 2021

KRIS KRISTOFFERSON



Se va Kris Kristofferson, se retira, se va sin más (no hace gira de despedida, como los de aquí, que se han quedado todos a medias) y yo le recuerdo sobre todo en Convoy de Sam Peckinpah -ya en el cartel, antes de ver la película-, como un tío raro, raro de pinta, de vikingo pasado por USA, y raro de nombre, cristiano por partida doble.

Convoy se suponía que trataba de una huelga de camioneros en America y nos la recomendó un cura rojo del colegio por el “mensaje”, aunque luego la película iba de risas y iba de piñas (peleas y persecuciones a cámara lenta, que Peckinpah patentó). También salían tetas. Kristofferson era “El Pato”, jefe de los camioneros. Me quedé muy flipado con la película, tanto que compré el disco con la banda sonora, lp que estuve todas las tardes escuchando durante ese curso y el siguiente: era muy bueno y tampoco tenía muchos más.




Kristofferson era actor/cantante, doblemente desconocido por tanto. (En el disco de Convoy, aunque él también hace country, no sale nada suyo). Hijo de emigrantes suecos, fue piloto del ejército USA, luego se hizo compositor. Trabajaba de vigilante. Barría unos estudios de Nashville y veía pasar a dylan y johny cash, que luego serían amiguísimos.


 

Kristofferson, sobre todo al principio, escribe y graba canciones cojonudas que versionan Elvis o Janis Joplin. Su vena es la nostalgia, los amores perdidos, los años, los paisajes, las carreteras perdidas.

Kristofferson no actuaba mucho, era actor “de presencia” mayormente. En el escenario también quieto/parao, aunque aquella vez –ya mucho tiempo después, lo pusieron en un telediario- cuando en un festival Sinead O, Connor, bastante enloquecida, tras meterse con JP2 (Juan Pablo II) fuera abucheada por las multitudes cristiatas, llorando la tía, Kris Krist fue el único de sus compañeros que salió en su apoyo, la cogió de los codos, la sacó del escenario (“No les hagas caso, son unos hijos de perra”). Un hombre de bien, un tipo en el que se podría confiar.

Posteriormentes Kristofferson se va desdibujando musical y cinematográficamente, secundariamente, en películas chungas de ciencia ficción y haciendo de malo de westerns. Aparece ya acartonado, como un muñeco de cera del Kristofferson verdadero, y cuesta reconocerle. Sus películas más famosas son Las puertas del cielo y sobre todo Pat Garret y Billy The Kid, western crepuscular y malrrollero, en el que la violencia se ejerce entre viejos amigos de los viejos tiempos, mezclando nostalgia y muerte.

Ahora Kristofferson se retira -por las buenas, no como Baron Rojo, que llevan dos años esperando para poder tocar-. Habría estado bien verle. Hace unos años actuaba en Donosti, de telonero de Elvis Costelo. “Ya conocía San Sebastían, vine en los años cincuenta, haciendo autostop”. So long...

https://gara.naiz.eus/paperezkoa/20100726/212123/es/Kris-Kristofferson-trata-seducir-Donostia-que-sedujo-1958

fotodel blog El diablo de la lengua plateada

miércoles, 10 de agosto de 2011

DYLAN EN VALLECAS



Dylan llegó a Vallecas hace veintisiete años, por estas fechas. Recuerdo los calores, recuerdo que se acababa el COU y que nos iban a dar un palo en la selectividad. Rescato hoy la casette pirata con la grabación de Infidels (1984) que sigue sonando nítida y contundente, para que digan que la tecnología avanza. En la carátula, recortada la portada del disco del boletín de Discoplay. Este post más que nostalgia es arqueología.

Dylan ya era malinterpretado. Apareció un artículo de Sabina en Diario 16, reivindicando al folk singer y haciendo de menos a su “trilogía religiosa”. Pero Bob seguía escabulléndose. Después de Infidels, los videoclips de Empire Burlesque mostraban a un Dylan disfrazado de celador de hospital que se enfrentaba a la mafia china para salvar su amor. Más cercano sin duda a Andrés Pajares que a Woody Guthrie.
 
Y en Vallecas…mucho calor, muchos porros, Santana como telonero dando la matraca durante más de dos horas. Salió Dylan ante un auditorio amuermado de camisas arrugadas. Todavía no entendíamos la versatilidad de nuestro héroe. No tocó nada de Street legal, de Desire… A punto de dormirnos, oímos los compases de Blowing in the wind, en una versión verbenera interpretada junto a Mick Taylor y Santana.
 
Después Dylan abandonó el escenario. Se puso en la cabeza una toalla como las señoras que salen de la ducha. Estábamos en el vértice de las gradas, sobre los camerinos, y pasó por debajo, a pocos metros de nosotros. Incluso podíamos haberle echado un gapo. “Eh, eh, Bob”. Puso una cara, más que de indiferencia, de mosqueo con la muchedumbre (nosotros, eramos tres o cuatro) que reclamaba su atención.