lunes, 14 de marzo de 2011

PROFUNDO TETUAN




Bocacalles que ni siquiera conocen los vecinos, ni los taxistas, ni… Profundo y laberíntico Tetuán.
Tiziano, larga calle sin salida: viejos talleres de carpintero, dispensarios abandonados llenos de okupas, árboles creciendo en los tejados… Calle donde podía hacerse vida de poeta aldeano sin salir de la ciudad.
La calle iba alargándose y profundizando en sí misma, siempre hacia el fondo. Después terminaba en un muro,  y si te asomabas podías otear, pero no alcanzar, los rascacielos de Azca. Dos mundos estancos.

EL CARNAVAL DE BRAVO MURILLO



Algo me ha gustado siempre de esta calle larga, orientada al norte, pero con todas las luces del oeste –vistas de la sierra- sobre sus tejados. Bravo Murillo, antigua carretera de Francia…
Quizá  por ser salida natural de la ciudad hacia el norte. Hacia Bilbao, atravesando la sierra y toda Castilla…
Salida y entrada pueblerina de la ciudad. Hasta hace no demasiados años era la entrada natural a la capital, como la calle mayor de un pueblo “con mucho comercio”.
Recuerdos del cine Condado y otras salas inefables de programa doble. Con quince o dieciséis, recorriendo la calle un domingo, intentando inútilmente entrar en los cines. Todas las películas “para mayores de 18”.
(Claro que había trampa: entre semana dejaban pasar, para completar el aforo,  o porque no había inspectores, o yo qué sé).
Era en 1981 y la calle, despersonalizada e interminable, emigrado uno a Madrid desde una ciudad mucho más pequeña, me parecía como de una gran metrópoli sudamericana. Una intuición, ya que en guetto latino se convertiría pasado un tiempo… (Pero mejor me callo, para no dar argumentos a los fascistas).
El carnaval de Tetuán. Bravo Murillo, sin tráfico, volvía a parecer de pueblo. Al ritmo machacón de tambores y trompetas desfilaban dos grandes cabezones con la inscripción TETU –abreviativo con que los macarrillas tradicionales designaban a su barrio: “Ese colega, ¿tú también eres de Tetu?”




sábado, 5 de marzo de 2011

LEE VAN CLEEF



El kiosco se encuentra entre las calles más provincianas de la ciudad, calles donde siempre llueve, entre patios y conventos, callejones y ministerios de ultramar… El kiosco está en un sobrante de asfalto, en medio de la ciudad pero a salvo de la corriente. Una isleta de profundidad en el río de la actualidad, pues aquí no se venden periódicos ni revistas ni dvds, sino tebeos y novelas… Lee Van Cleef ha subido desde el Rastro y mira desafiante a quienes pretendan hacerle cumplir las ordenanzas municipales.


miércoles, 2 de marzo de 2011

BAROJA : TIEMPOS DE TORMENTA



“Tiempos de tormenta” es el relato pormenorizado de la vida de Pío Baroja durante los años de la guerra civil. De las fluctuaciones del “hombre humilde y errante” entre uno y otro bando para salvaguardar su independencia, que, según Sánchez Ostiz, no era sino ambigüedad y falta de compromiso… Desde su detención en Santesteban por los requetés de la columna de Ortiz de Zárate, que estuvieron en un tris de fusilarle, a su estancia en el Colegio de España de París, regentado por el gobierno de la República (al cual Baroja no se recataba de poner a caldo en sus colaboraciones para la prensa de Hispanoamérica). Su vuelta a España y su tácita aceptación del régimen vencedor.
Sánchez Ostiz rastrea en documentos y revelaciones de uno y otro signo para reconstruir la verdad de una etapa barojiana, que fue enturbiada por el propio novelista y por sus biógrafos. Una etapa que aún queda por dilucidar del todo, a falta de consultar ciertos documentos que guardan bajo siete llaves los piocaros (léase herederos) en la mítica Itzea solariega, celosos defensores del mito barojiano.


Tan curiosa como la evolución de don Pío es la evolución de su biógrafo, pues Sánchez Ostiz publicó hará unos diez años un “Derrotero de Pío Baroja” que era puro panegírico, luces sin sombras, del novelista guipuzcoano. En su segundo libro sobre el escritor –el voluminoso “Pío Baroja a escena”- Baroja pasaba a ser para Ostiz, de un santito al que no se podía bajar del altar, luchador intachable por la libertad, a un muñeco del pim pam pum en el que descargaba todas sus fobias. (Evolución tal vez debida al hartazgo del biógrafo por su personaje).
En este tercer libro continúa la demolición, implacable. A pesar de sus bandazos, quizá no se merecía tanto ensañamiento el pobre viejo…
El ataque alcanza no sólo a la persona sino a la obra de don Pío, que no supo ver el momento histórico y plasmó en sus libros sobre la guerra una visión de folletín y trazo grueso. 
Con todo, los barojianos irreductibles pueden leer estos “Tiempos de tormenta” como la reconstrucción de la guerra civil en el país del Bidasoa, con la aparición de personajes secundarios y olvidados en los pliegues de la historia, que luchan por sobrevivir en el clima de la guerra.