sábado, 1 de febrero de 2014

LOS CONDUCTORES SUICIDAS






No conozco mejor imagen del individualismo social que la de una carretera. Conduzco  casi todos los días por la M-40 y a menudo veo accidentes, averías, polis desviando el tráfico y tipos con chalequito reflectante esperando en la cuneta. (Como no sé ni cambiar una rueda, cruzo los dedos para que no me pase na).

Pero lo de hace unos días jamás lo había visto. Mediodía de sol y viento, con la carretera extrañamente semivacía. Me incorporaba a la M-40 desde la carretera de Colmenar, en dirección a los túneles de El Pardo -ese tramo que linda con extensiones de campos verdes y, al fondo, la sierra con nieve.

Unos veinte metros por delante, un auto que iba por el carril central hizo un movimiento extraño –la primera y equívoca impresión como si el coche patinara por el viento- y, corrigiendo su trayectoria con un giro decidido de 90º, cruzó limpiamente por delante de mí –tuve la sensación de que no iba muy rápido, apenas algo más que yo, pero es que yo iría a 100 por hora- y se estrelló de frente contra el quitamiedos. El hierro se ensanchó  como si fuera de goma, frenándolo un instante, y el coche dio una vuelta de campana y se hundió en los campos…

Otro auto que se había incorporado junto a mí a la carretera se colocó a mi lado. La chica me miró con ojos como platos. No, ninguno de los dos paramos.  

lunes, 20 de enero de 2014

SCORSISI

 


A veces Scorsese resulta ser Scorpse-pse, o incluso Scortse –tse (como la mosca cojonera) o, lo que es peor, Scorsoso.
Este imaginativo juego de palabras he de decir que no me pertenece, sino que fue obra del crítico de ABC Oti Rdez Marchante, a raíz del estreno de CASINO –una película que por cierto va ganando puntos, frente a su pareja UNO DE LOS NUESTROS, que se desinfla a cada proyección… A saber, la irritante voz en off, los spaghettis, los travelling interminables cual si el espectador avanzara por interminable pasillo.




Parecía que Scorsese iba a completar la trilogía de mafiosos con INFILTRADOS, pero aquella era otra historia (de agentes dobles). Esta de EL LOBO DE WALL STREET sí que tiene la misma estructura típica y operística del gran Martin, con la cámara sobrevolando cientos y cientos de planos para construir cada secuencia (mucho curro, ¿no?) a modo de music hall o de tebeo o de libro ilustrado o de retablo de iglesia.
 


Aquí no hay gansters sino brokers, no hay sangre sino sexo (dos contenidos quizá identificados en el imaginario de este italo-católico del Bronx), pero sí la misma historia de ascensión y caída, amistad traicionada, amor divorciado, droga mucha droga. Y risa, como que parece ser una comedia. 




De Caprio –el nuevo actor fetiche- ha superado a De Niro y a Nicholson, y lo mismo funciona como normal y contenido que como risión y payasete. Grandes las escenas cuando en un ataque pastillero, apopléjico y paralizado, ha de arrastrarse a coscorrones escaleras abajo.



Scorjaja. Scorsísí. Genial direstor del que habría que recuperar sus films más olvidados: El rey de la comedia, Malas calles, El color del dinero, Nueva York Nueva York.
A ver si un día de estos…