sábado, 1 de febrero de 2014

LOS CONDUCTORES SUICIDAS






No conozco mejor imagen del individualismo social que la de una carretera. Conduzco  casi todos los días por la M-40 y a menudo veo accidentes, averías, polis desviando el tráfico y tipos con chalequito reflectante esperando en la cuneta. (Como no sé ni cambiar una rueda, cruzo los dedos para que no me pase na).

Pero lo de hace unos días jamás lo había visto. Mediodía de sol y viento, con la carretera extrañamente semivacía. Me incorporaba a la M-40 desde la carretera de Colmenar, en dirección a los túneles de El Pardo -ese tramo que linda con extensiones de campos verdes y, al fondo, la sierra con nieve.

Unos veinte metros por delante, un auto que iba por el carril central hizo un movimiento extraño –la primera y equívoca impresión como si el coche patinara por el viento- y, corrigiendo su trayectoria con un giro decidido de 90º, cruzó limpiamente por delante de mí –tuve la sensación de que no iba muy rápido, apenas algo más que yo, pero es que yo iría a 100 por hora- y se estrelló de frente contra el quitamiedos. El hierro se ensanchó  como si fuera de goma, frenándolo un instante, y el coche dio una vuelta de campana y se hundió en los campos…

Otro auto que se había incorporado junto a mí a la carretera se colocó a mi lado. La chica me miró con ojos como platos. No, ninguno de los dos paramos.  

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