miércoles, 5 de octubre de 2011

EL SINDROME LAFORET


Muchas biografías y memorias de escritores pierden fuerza en la segunda parte. Cuando llegan el reconocimiento o el éxito (y en el caso contrario, no habría biografía), el artista adolescente, portador de una visión única y un mundo propio, se ve como engullido por el medio. Visiones y sueños se diluyen en contratos, recuentos de colegas, tertulias literarias y publicaciones varias. En el caso de Carmen Laforet ocurre lo contrario, que cuanto más tiempo pasa, mayor es su fuerza centrífuga, su apartamiento hacia un mundo ido y lejano. Ahora se publica “Mujer en fuga”, biografía de Laforet escrita por Anna Caballé –que hace unos años escribió una muy buena sobre Francisco Umbral- e Israel Rolón, especialista en la obra de Carmen Laforet. Biografía ésta que es la descripción del bloqueo creativo de Carmen Laforet y de su lucha inútil por vencerlo, desde que a la tierna edad de 23 años consigue el recién creado premio Nadal con su primera novela, “Nada”, hasta su muerte sesenta años después, aquejada incluso de una especie de “grafofobia” que le llevaba a no querer coger el bolígrafo ni para firmar un documento.

 
La historia de “Nada” es bastante conocida. Había escrito la novela en unos meses de inspiración, inconsciente del impacto que iba a tener el publicarla. En ella se inspiraba directamente en su experiencia adolescente en Barcelona, adonde había ido desde Canarias para estudiar y vivir en casa de sus abuelos y tíos. Un duro retrato familiar, narrado en primera persona por la protagonista, Andrea –evidente alterego de la autora-, que presentaba un ambiente de decadencia y a sus parientes y allegados poco menos que como a la familia Monster. Laforet, aún con el manuscrito a medias, hizo amistad con un periodista y pequeño editor, Manuel Cerezales (con el que acabaría casándose), que actuó como corrector del libro y le animó a presentarse al premio.
 
El éxito fue total, aunque no faltó quien dijo que la novela la había escrito Manuel Cerezales. El caso es que se reconocía una nueva narrativa que venía a ventilar el panorama mortecino de posguerra (1945) y era además capaz de facturar miles de ejemplares.
 
Se esperaba una continuación de aquella novela, pero a medida que pasaban los años y no aparecía el nuevo libro se comenzó a dudar de la capacidad creativa de Laforet y a considerarla autora de uno solo. Publicaría al fin tres novelas más -“La isla y los demonios”, “La mujer nueva”, “La insolación”-y también varias colecciones de cuentos y artículos, ya sin la frescura e inmediatez de “Nada” y, sobre todo, a cuenta de una vida angustiada que es la que se nos cuenta en esta biografía angustiosa. Originales escritos con esfuerzo y luego tirados a la hoguera, viajes constantes para eludir la escritura, unos años de conversión mística y, tras la separación de su marido y sus hijos, una vida vagabunda con cambios constantes y arbitrarios de domicilio y ciudad –Madrid, Santander, París, Roma- buscando el lugar mágico donde la inspiración se presentara. Laforet perdió los papeles en todos los sentidos. De su última novela, “Al volver la esquina”, ni siquiera devolvió las pruebas de imprenta corregidas a la editorial, postergando una publicación que sólo se haría realidad después de muerta. 
 
Lo más sensato habría sido dejarlo a tiempo, pero tampoco le era tan fácil. Toda su vida vivió de las rentas de “Nada”, aquel primer libro que seguía reeditándose año tras año y propiciando que le encargaran artículos, conferencias, y sobre todo más libros que repitieran el éxito del primero. Libro cuyo título, tan simbólico y que tanto se presta al juego de palabras, llegó a odiar hasta el punto de que se refería a él como “mi primera novela” o “lo primero que escribí”.
 
Laforet envidiaba a narradores como Carpentier o García Márquez, capaces de eludir el autobiografismo y crear un universo autónomo de ficción, sin darse cuenta ella de que la escritura es siempre confesional. El síndrome Laforet desmiente las teorías que separan al autor verdadero de un “narrador” que se manifiesta autónomamente en el texto y sólo en él tiene existencia.
Tal vez, del mismo modo que las novelas de Carmen Laforet son (auto)biografías, sea esta biografía, y todas las biografías, una novela. Se condensa en quinientas páginas de letra apretada toda una vida marcada por una sola obsesión. Asistimos a la juventud llena de esperanzas de Carmen Laforet y unas páginas más tarde llegamos a su deterioro físico y mental. 
En realidad la pelea de Laforet no es tanto con la literatura como con ella misma, pues la literatura no es otra cosa que la expresión de uno mismo, la comunicación con uno mismo de cara a los demás, y CL sólo conseguía escribir si se olvidaba de los demás. No tanto que temiera no hacer algo que superara “Nada”, sino más bien como quien canta muy bien en la ducha pero se avergüenza de hacerlo delante del público. Había logrado volcarse en su primera novela, escrita para un receptor invisible o inexistente, como un mensaje lanzado al mar en una botella, pero se bloqueó cuando vio que había alguien al otro lado.

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