Estaba al otro lado. A unos cientos de metros pero al otro lado del mundo, pasando el puente sobre las vías, la fachada ennegrecida siguiendo el desnivel de la calle San Francisco, calle estrecha y en cuesta muy transitada, gárgolas y tritones respirando los tubos de escape, tarzanes y toreros exhibiéndose tras las cristaleras ovaladas.
Enseguida
la entrada cavernosa–a un lado la taquilla, al otro el cuarto del
proyeccionista con la puerta siempre abierta: el ruido dentado de las bovinas
marcando un tiempo propio, la máquina que escupe películas a un ritmo difícil
de absorber –dos películas nuevas cada dos días, salidas de las más extrañas
distribuidoras– inútil buscar en El Correo o en La Gaceta la apabullante y
diversa programación, manteniendo así siempre la expectativa...
Luego la frescura y humedad interior, una luz como de verdín o de ferretería vieja, los espejos desazogados siguiendo la pared del vestíbulo, el bar de azulejos blancos que despachaba la gaseosa Gorbea, las puertas que se abren a cualquier momento de la proyección ininterrumpida (“continua”, decían). El celuloide raspado, saltarín, las escaleras de madera sustituidas a tramos por rampas de ladrillo y cemento, la voz cavernosa, el olor a tabaco y a zotal, un gato atravesando la pantalla entre chispazos de luz y rayones.
Camiones a su paso hacen retumbar las paredes, ascuas de cigarros que se encienden, el chasquido de los asientos de madera. Y continuas interrupciones del público, una concurrencia dickensiana (o lumpenproletariat, según se mire). El decadente barroco escenario, lo peligroso de internarse en el antro, sitúan la aventura a ambos lados de la pantalla.
Nati la bilbainita |
De
su pasado legendario –variedades y boxeo, aristócratas y cupletistas hasta su requisa en
la guerra como local de la FAI- todavía le quedan un par de sofás desvencijados
en el patio de butacas y una vidriera multicolor que da a algún patio. Después
llega una larga y fascinante decadencia, un anacronismo sostenido hasta una
tarde de verano -31 de julio de 1981- cuando
echa el cierre con El mundo perdido (no me acuerdo cuál era la otra película, pero
ahora que lo pienso el título es bastante significativo…)
Aún
los monstruos de las fachada seguirán esperando diez años, preservando el
misterio –hombre, no, qué lo van a tirar, dijo el viejo taquillero, si esto es
una fortaleza volante- diez años justos, verano del 91, en que volviendo de San
Fermín, encontraré arrasada su modernista fachada para construir un bloque de
pisos (Spain es así). Y aún así todavía sigo soñando con que vuelven a abrirlo,
algunas noches se me aparece tapizado de damasco y con lámparas de araña, y otras
tantas como palacio de la sífilis. Pero lo mismo da, el sueño continúa.
Joder, esto parece escrito por el mejor Marsé...
ResponderEliminar¡Bravo Dragón!: emotivo y magistral
ResponderEliminarGracias, peña...
ResponderEliminarAsis, un viaje alucinante al pasado y a mi juventud. Nunca tuve los huevos suficientes para entrar, leyendote hoy veo que ya tengo otro error a añadir a mi nómina.
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