Visto
lo había visto muchas veces, desde siempre, desde antes de la memoria, como un
atavismo, desde el cuarto de la abuela, al otro lado de la ventana y sobre los
montes, más allá de los tejados del patio de luces y gatos, desde el cuarto en
que la abuela, a la luz entrante del atardecer, veía dibujarse en las paredes,
según me dijo, jeroglíficos y criptogramas de los mayas… Pero esto es otra historia y ahora yo quería hablar del
Monte
Caramelo, el conjunto de casitas blancas, como resbalando pero milagrosamente
suspendidas en lo más escarpado de la montaña. Siempre lo había visto pero no sabía
cómo se llamaba, jamás había ido, ni oí hablar del monte Caramelo hasta que leí en El Correo una
entrevista a Julio González Gabarre, el grandullón de Los Chichos (que venían a
tocar al Parque de Atracciones o quizá a una sala de fiestas). “Si yo soy de
Bilbao, nací en el Monte Caramelo”.
Y
subimos un mediodía en que el tiempo amenaza tormenta. Hay acceso por
carretera, por donde van los autobuses desde Bilbao como a un pueblo distinto.
Pero cogemos las cuestas de cemento y las escaleras entre las casas, remozadas
como en una colonia de veraneo, vista privilegiada y totalizadora sobre el
bocho, las calles que fueron barro y torrentes. Podía haberlo contado Juan
Marsé, pero algo hizo el cura MartínVigil.
El
Caramelo duerme el silencio de la siesta. Hay un caballo blanco que relincha.
Sobre Bilbao luce el sol, pero al otro lado del Kobetas los relámpagos
destellan. Luces de viento. Sale de su casa una mujer y dice con acento
gallego: “Si es que no sabe una ya qué ponerse”. Parpadea el mar y por el abra
vemos entrar la galerna.
un troll conjurando la galerna |
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