martes, 11 de octubre de 2016

BILBAO REENCONTRADO: BILBAO DE NOCHE

 
 

 

 

 
La ciudad ha cambiado, todavía tiene sus cocos, pero ha cambiado mucho, ha perdido literatura pero se ha vuelto como más abierta, más respirable, a lo mejor hasta le ha venido bien un poco turismo… Y sin embargo, una noche de entre semana, digamos un  miércoles a las tres de la madrugada, en la calma y el silencio, parece que vuelven los fantasmas, la imaginación, el romanticismo, la locura.

 
 
 

Toda ciudad ejerce una presión sobre sus habitantes –y los pueblos ni digamos. Soledad de las plazas. Estamos en la plaza del Bombero Echániz –donde siempre pensé que había nacido, en la pequeña clínica que da a un costado de la plaza, hasta que me enteré que no, pero en cualquier caso muy cerca, en Gordóniz, calle que desemboca en ella, en una especie de clínica/chalet actualmente desaparecida que regentaban unas monjas/enfermeras.
el niño Antoine Doinel,
notablemente envejecido,
(foto: Jokin Zabala)
 
Pero ahora estamos en la plaza vacía, oscura e iluminada, bajo los tilos y las farolas, la placita mínima y circular con un túmulo en el medio que representa extraños criptogramas grabados en la piedra que no mira nadie: el sol y la luna, astros con ojos y boca curvada hacia abajo, extraño rictus de enfado como si no mereciera la pena alumbrar a este triste mundo.
 



La plaza circular en la noche gira como un mundo o como una barquilla/globo que navega por espacio/tiempo, como una especie de platillo volante al que sólo dejaremos subir a los elegidos, pues tenemos vista a todas las calles que confluyen, vista a la carreterita circular, y parece tener la plaza de pronto una finalidad defensiva.
 
La peña entra respetando. Vienen locos que nos cuentan su delirio, vienen locas que nos cantan su canción, viene algún adicto a pedir un cigarro, pasa un barrendero al que saludamos como en la plaza del pueblo. Bilbao siempre tuvo rica fauna nocturna. Vienen chulos que nos quieren putear, vienen putas que nos quieren chulear y subirnos al hotel (pues hay ese viejo chalet gótico, a cuyo arrimo salían unos buses que nos llevaban a las colonias de veraneo, ahora reconvertido en hotel). Cuando pasa un senegalés que nos pregunta una dirección le acompañamos, saliendo del círculo hechizado de la plaza y sus infinitos cigarrillos.
 
 
Cuando amanezca la plaza seguirá su deriva –más allá de los sueños volverá a la realidad y esa misma tarde en la cafetería Baserri echan a la calle a dos lesbianas por besarse, montándose al otro día en la plaza el pollo consiguiente y la consiguiente manifestación, consiguientemente disuelta tras un rato por la ertzaintza.

 

 

 
 

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