Cómo no recordar, al visitar el rastro Betel de la calle ***, aquel sketch de José Mota, “Enganchados a los libros”. Amparados en la oscuridad los adictos iban a pillar libros mientras se quejaban los vecinos del barrio: “Lo dejan todo perdido de hojas… Encima, hay un silencio inquietante…”. Y los adictos: “Pues sí, yo empecé con Los Cinco y Los tres investigadores y ahora ya, de todo, lo que sea, existencialismo, poesía…”
Estos del Rastro Evangélico Betel venden muebles, ropa, libros y lo que se tercie. Hasta hace bien poco el negocio lo hacían con los muebles y la ropa, mientras los libros –a dos tomos por un euro- aguantaban semanas y meses enteros muchas veces…
La cosa ha cambiado esta navidad, cuando llegó la biblioteca entera de un psicoanalista, según unas versiones, o profesor de filosofía, según otras. Después de morirse el hombre, los hijos cedieron la biblioteca a los evangélicos, comerciantes por la gracia de Dios y por la gracia del euro…
Al conjuro de aquella biblioteca vimos aparecer a anticuarios/almacenistas que llegaban con grandes sacos en los que vaciaban cajas enteras de libros, a mogollón, sin mirar casi el género que adquirían.
Empezó a pulular una fauna extraña que avanzaba a codazos entre los montones de libros, siempre con la aquiescencia y la chanza de los evangélicos. “Tranquilos, tranquilos, que ahora llegan los incunables…”
Cada uno va haciendo su montón de libros y hay quien aprovecha un descuido del otro para quitarle alguno de los libros o hacerle el cambiazo, dejando en su lugar ejemplares sin interés. Lo mismo se encuentran novelas de Sven Hassel, que la traducción de Las 1001 noches por Cansinos Assens, que está a quinientos pavos en Internet. Lo mismo Agatha Christie que los cuatro tochos de la “Estética” de Lukacs.
Los de Betel, que son muy listos, a fin de fidelizar a la clientela van racionando las cajas con libros, abriéndolas progresivamente, con lo que han conseguido una concurrencia ansiosa que aparece por allí un día sí y al otro también. “Bueno, ¿abrís otra caja o qué?” “No, ahora ya es tarde, mañana…”
Otras veces propagan bulos, como “El jueves van a salir dos mil libros más”, y llega uno el jueves y nada. “Sí, bueno, ya irán saliendo, igual que siempre…”
Se van creando amistades –pero nunca del todo- y también odios y desconfianzas.
Hay cierto instinto envidioso entre los yonkis de los libros, que escrutan con desconfianza el montón que ha formado el vecino y siempre lo juzgan mejor o más interesante que el propio.
A veces he tenido miedo de estos locos de los libros y he sentido cierto asco en husmear entre las bibliotecas de los muertos. He pensado con pavor que podría convertirme en uno de estos zombies y que lo mejor sería no volver por allí, pero una y otra vez vuelvo a caer yo también en la trampa. Finalmente he hablado con algunos de estos locos a los que escucho historias espeluznantes…
Hay auténticas patologías como la de una cuarentona, tampoco de mal ver, que dice: “Mis padres tienen un problema conmigo, no saben cómo echarme de la casa, con el tema de los libros, yo es que tengo el síndrome de Diógenes”, o el de un hippy melenudo de Barcelona que viene a Madrid a ver a la novia y de paso llenarle la casa con los libros de Betel. “A ver cómo me llevo yo todo esto ahora a Barcelona”.
Ahora todos estamos cayendo en esa debacle de los libros. X, un amigo del barrio, que antes se reía de mi adicción, ha acabado también enganchándose y se ha convertido en otro competidor. El otro día había salido yo del Betel para ir al cajero y al volver encuentro a X que sale con un gesto triunfal y sádico y un montón de albumes de Tintín y Asterix bajo el brazo, último expurgo de los Betel.
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