miércoles, 8 de febrero de 2017

EL LAVADERO

 
 
 
Antes de que Bill Clinton llegara diciendo que en San Nicolás había visto el más bello atardecer del mundo, aún se podía ir en el ocaso a esa plaza del Albaicín. Ahora está llena de turistas y de selfies, pero queda este sitio raro, difícil de encontrar o reencontrar



-sólo una vez había estado, 1993, intentando de nuevo dar con él en vano, otros viajes,  hasta esta tarde en que al sentir la bola del sol sobre mi estómago, comprendí que la energía que desde entonces me había estado impulsando aunque fuera a trancas y barrancas iba a seguir haciéndolo y no tenía más que dejarme llevar, claro que esta intuición duró un momento, lo que tardé en formularla, recayendo enseguida en el mundo gravitatorio de la fenomenología al tiempo que el sol se perdía tras las montañas.

 

 

 
Silencio y sol aunque ahora llegue hasta aquí arriba el zumbido de la ciudad -entonces no. Mis amigos granadinos subían al lavadero a emborracharse (y los que iban de tripi saltaban el callejón hasta el tejado) y los vecinos montaban un pollo. Pero ahora sol y silencio. No quiero dar la ubicación exacta. Abstenerse japos.
 

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