sábado, 11 de febrero de 2017

SILENCIO

 


 
Hay que atravesar a contracorriente la ciudad para meterse a un cine a las once y media de la mañana. Pero luego toda la sala para uno solo, un rollo un poco decadente, como muy neoyorkino. Hasta puedo despachar un rato por teléfono (la peli es larga), así debía sentirse Frantxu en su minicine de El Pardo.

Hechas estas consideraciones, y con la idea de salirme si no me gusta, me pongo a ver Silencio, antes de que la quiten de la cartelera (hay un tío que se asoma antes de empezar, debe ser el proyeccionista, y al ver que hay público, aprieta la bovina). Scorsese, una rareza del viejo cineasta que siempre acierta en sus caprichos, El último vals, El rey de la comedia, Al  límite –filmes que han debido de ser destruidos en las distribuidoras, ya no los ponen ni en cines ni en la tele.


Scorsese, ¿Scorsoso? Había leído que Silencio era un rollo, densa y reiterativa, pero me aplasto en la butaca y la peli estática fluye como un regato que parece que no se mueve pero avanza veloz bajo su reflejo… Todo lo contrario a por ejemplo Iron Man 3. La historia -de misioneros jesuitas en Japonia, apóstatas para salvar el pellejo pero guardando una cruz en la manga- es el pretexto para vivir una mañana breve y larguísima, no en los Verdis de Quevedo sino en el Japón del siglo XVII…  

Silencio, que se rueda Silencio...

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