Después
de un mes de monte y verde, de mares y ríos, la ciudad se me aparecía como
varada en el desierto, con su extraña luz naranja, con sus casas de ladrillo,
con sus alrededores de trigo. Había un silencio total mientras ya en el coche recorríamos una calle
junto a un parque, un chino sentado pacíficamente a las puertas de su comercio,
un silencio apaciguador y a la vez insidioso... Sólo que ya no esperaba nada de
la ciudad. Recordaba otros regresos, de joven, en que las calles parecían
abrirse y ofrecer amigos, chicas, trabajos. El cielo azul, la cerveza bajo los
árboles, el sol alumbrando carteles de conciertos en los muros. Pero luego todo
quedaba en nada y esperábamos en vano mientras la ciudad como una niebla nos
engullía, nos arrastraba y todo se nos iba de las manos.
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