El
paraíso encerrado, el parque fantasma donde al anochecer un gato negro huye
despavorido al ver que se levanta el hombre de los tiestos para reunirse con el
espantapájaros. El parque prisionero, o
la ciudad prisionera al otro lado del parque…
Carretera de Aragón para adelante, quedaba esta finca, hermosa y gótica, clausurada como en un cuento de Dickens o de las hermanas Bronte, sintiendo extenderse alrededor los tentáculos de la ciudad, inmemorial y lluviosa (1580): invernaderos y albercas, caballerizas y palacetes de piedra.
Pero
llegó la bruja Esperancita y se la quiso regalar al Opus Dei (proyectos
educativos + morro= $), vulnerando un acuerdo de los marqueses del Petoste con “el
viejo profesor” para que se abriera al pueblo. Final prosaico del cuento… Pero
llegó el hada Carmela y dijo al final de abrirla.
De
afuera tras los barrotes veíamos la hermosa selva, sin posibilidad alguna de
entrar. Abierta la encontramos el otro día, pero sin gente, sumergida en el
silencio de muchos años, roto sólo por algunos mirlos que presentían la tormenta…
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