Está amaneciendo y asomado a la
ventana, mirando hacia este pueblo grande y raro -“Madrid es un pueblo extraño al
que al final nos hemos acostumbrado”, que dijo Baroja. Del río viene un aire
frío que huele a barro. El parque está envuelto en sombras y la gente en los
autobuses debe ir medio dormida. Y todavía esa hora en que el día oculta sus
resortes, los azares y encuentros, o la repetición y la rutina, una premonición
en el aire de lo que vendrá, y que se borrará con la luz de unos momentos más
tarde…
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