Interesante
esa chica que lee El idiota de Dostoievski en la terraza casi vacía, al sol de
última hora. Tanto que estoy a punto de decirle algo, pero… qué coño le iba a
preguntar, ¿qué tal va el príncipe Muichkin, ya ha tenido algún ataque
epiléptico? o bien, ¿qué te parece el tratamiento dramático de los personajes
de Dostoievski? (Me viene a la cabeza un cuento de Borges, El doble, en el que
Borg se encuentra consigo mismo de joven, leyendo en un parque un libro de Dos,
y habla del ruso con su alter ego.) Pero, volviendo a la chica, es pálida, de
media melena, parece seria, lleva una chaqueta negra y vaqueros, zapatos sin
calcetines, lo que le hace en cierto modo vulnerable, pues a esas horas ya
empieza a refrescar y por ahí empiezan los constipados, para decirlo de manera dostoievskiana.
Cierra el libro y ella misma se dirige al camarero, las mesitas están a la
puerta del bar, que le dice el precio del café y espera a su lado, la muchacha
rebuscando ya en el bolso, saca unas llaves, los papeles del ambulatorio,
balbuceando, pero muy tranquila, algo que no se oye, levantándose y tras
mirarse en todos los bolsillos, otra vez sentada, ofreciendo en la palma de la
mano unos céntimos de euro… Ya estoy a punto de pasarle yo un pavo, pero el
camarero, que es un viejo bigotudo desconfiado pero sabio, se encoge de hombros
sin coger el dinero y cuando la chica le pregunta si puede pasar al baño, le
dice, sí, pasa. Iba a preguntarle yo algo al camarero, pero mira con cara de
pocos amigos… La chica sale al rato dirigiéndose al sol poniente,
trastabillando un poco, deslumbrada o más bien perdida... De vez en cuando la literatura se encarna en la vida, o al revés...
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