miércoles, 30 de mayo de 2018

COETZEE


No soy muy de ver escritores, mejor por impreso, pero había que ir al nobel, que venía a la Alhóndiga –cómo te has puesto, Bilbao-. Tenía además curiosidad después de haber leído estos años unos cuantos libros suyos: Desgracia, Verano (el calor de Sudáfrica desde el calor de las torres), La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela -una saga como de ciencia ficción por la que le varearon mucho, pero que a mí me gustó un montón… Y sobre todo Juventud, libro autobiográfico donde un joven narrador emigrante se mueve solitario por el Londres de los 60: mascullando el inglés, sin energía para encontrar un trabajo, pero follándose todo lo que se mueve…


 
Daban unos auriculares y no me enteré del todo de lo que dijo Coetzee, por andar cambiando el dial del inglés al castellano y al euskera. Pero entre dos aguas me llegaba lo que decía. Habló del apartheid y del psicoanálisis, pero también de las relaciones humanas, de los viejos, de perros y de gatos, quizá no muy distinto a lo que podía haber reflexionado el tío del bar de la esquina, pero lo que más me gustó fue la sencillez, la falta de énfasis con que decía las cosas, sin levantar la voz para nada.

 

Iba con E***, que compró con entusiasmo tres libros del escritor -y no se llevó todos porque le dije yo que se cortara-, con la idea de leerlos y coger inspiración para empezar su propia carrera del Nobel. Yo no tenía nada para que Coché me firmara, pues lo que leí suyo lo saqué en su día de la biblioteca, pero igualmente me puse a la cola y estuve en un tris de darle la mano. Al final pasé por delante sin más… -¿Hubo un momento de frialdad en la mirada del artista, de desconfianza en su cabecita de Quijote? En todo caso venció la circunspección y la cortesía, y mascullamos al unísono un Thank you mirándonos un instante, quedó muy literario y muy zen.



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