Torrente malvado, Torrente mal
divo, Torrente Maldito… Ha muerto en Madrid a los 76 años Gonzalo Torrente
Malvido: “hijo de” Gonzalo Torrente Ballester y raro ejemplo de escritor él
mismo.
Su parecido innegable con su
padre le otorgaba un aire de respetabilidad.
Torrente, además de escribir, se
dedicaba a sablear a todo Cristo.
Torrente había pasado por las
cárceles franquistas, no por motivos estrictamente políticos.
“A quien más dolor me causa”,
escribió su padre al frente de uno de los tomos de Los gozos y las sombras.
Todo esto que cuento no es
faltarle al respeto. Torrente descreía de la bohemia –el arte era para él
concentración y recogimiento- y sin embargo…
Hace años un amigo mío de la
noche –expendedor de esa sustancia predilecta del doctor Freud- me puso en
contacto con TM. TM entonces pululaba por la plaza del 2 de mayo y aledaños.
Torrente blasonaba de su amistad
con Camarón y de haber ganado un Goya al mejor guión adaptado (“El rey pasmado”
de Torrente Ballester).
-Yo a Camarón le he llevado así
por la calle, así, como vamos tú y yo ahora mismo- y me cogía de los hombros
como para que no me cayera.
Contó muchas anécdotas de
escritores, apócrifas o ciertas, entre otras cosas cómo le había roto las gafas
a Juan Cruz de un puñetazo.
Torrente era hombre de papeles
confusos. Parecía que iba a sacar del bolsillo la fórmula de la piedra
filosofal.
Sacó un papel arrugado en el que
había escrito a máquina una poesía para el Che Guevara.
Sacó una carta con membrete de
Planeta (probablemente falsificada), con un adelanto por escribir sus memorias.
Sacó una libreta colegial, con descripciones y diálogos.
Sacó una libreta colegial, con descripciones y diálogos.
Sacó un documento de la Xunta, con la que estaba en
negociaciones para vender la biblioteca de su padre.
Le di a Torrente a leer una
novela que había escrito, Las calles del aire, la cual llevaba años dando
vueltas por las editoriales.
-Muy bonita la novela, muy
barojiana-. Lo cierto es que Torrente controlaba de literatura, y el libro lo
había leído con atención. (“Ese capítulo que salen los gitanos portugueses está
muy bien, lo que pasa es que no le añade nada a la trama”.)
Un día le acompañé al registro de
la propiedad intelectual, inmenso depósito donde van a perderse tantas
ilusiones, y donde quería registrar no sé qué guiones para no sé qué programas
de televisión. Me pidió un dinero que no tenía. Le invité a un café y quedamos
como amigos.
Torrente me había dicho que fuera
de su parte a ver a Mario Muchnik, el mítico editor judeoargentino. Dicho y
hecho. Sólo que Mariomunik me dijo que no le conocía de nada a Torrente y que
no quería saber nada de inéditos, que para algo él había publicado a Cortázar.
A todo esto,
Torrente, ni corto ni perezoso, había ido a buscar al amigo que nos había
presentado. Le pidió algo de material. Era un día festivo, San Isidro, y como
no abrían los bancos, le endosó un cheque al portador.
-Pero si esta cuenta no tiene fondos-
le dijeron al día siguiente en el banco.
Torrente de pronto había
desaparecido dejando en el barrio una estela de impagos. Le perdimos de vista.
Este amigo le encontraría meses más tarde, una mañana, haciendo eses en un
callejón de la Gran Vía
y cayéndose encima de los coches, en un estado que no admitía reclamaciones.
Torrente había traducido algunas
novelas de Simenon. El mismo parecía un personaje de Simenon, a veces acicalado
y respetable, a veces caminando las calles con la mirada perdida y el zurrón a
la espalda. Una vez le vi ayudando a unos moros a descargar una furgoneta.
Era un poco el hombre de las
multitudes de Allan Poe. Cuentos recuperados de la papelera, Doce cuentos
ejemplares, Cuentos de la mala vida, Puro cuento... Sus cuentos están escritos al hilo de la calle, con
mucha vista y mucha oreja. Conversaciones, encuentros, los niños que salen del
colegio, un coche que se lleva la grúa. La marejada de la ciudad en un estilo
cartesiano, más que cervantino. Torrente tenía buena prosa, una prosa muy
rigurosa y muy sintáctica.
“Lumpen profesional, chulo
sentimental y el último gran maudit del castellano”, escribe Umbral en el
Diccionario de Literatura. “Narrador excepcional, muy superior a su padre, y a
quien la falta de dedicación ha hurtado la gloria que merece”.
Muchos años después del timo del
tocomocho, estando con ese amigo estafado en un bareto de madrugada, reapareció
gloriosamente Torrente Malvido con un abrigo como de astracán y un gorro ruso
en los rigores del invierno. Ya debía de haber pasado de los setenta años.
Entró en olor de multitudes y los punkis del bar le invitaron a unos minis. Le
entramos en plan majo, de “pelillos a la mar”, pues había pasado ya mucho
tiempo. Torrente nos miraba desde muy
lejos y nos dijo que no se acordaba de nada. Hubo un momento que se fue al
water y desapareció ya para siempre.
pISHAA QUÉ ES DE TU VIDA? eL COLOR DEL DINERO DE UN PAISA DE jEREZ, OJÚ EL GACHÍIIIII
ResponderEliminarohú chiquillo a ti me paise que te conosco
ResponderEliminarque didactico asis.....abrazo.
ResponderEliminarUn abrazo Jaime, a ver si se portan los reyes
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