martes, 27 de diciembre de 2011

TORRENTE MALVIDO




Torrente malvado, Torrente mal divo, Torrente Maldito… Ha muerto en Madrid a los 76 años Gonzalo Torrente Malvido: “hijo de” Gonzalo Torrente Ballester y raro ejemplo de escritor él mismo.
Su parecido innegable con su padre le otorgaba un aire de respetabilidad.
Torrente, además de escribir, se dedicaba a sablear a todo Cristo.
Torrente había pasado por las cárceles franquistas, no por motivos estrictamente políticos.
“A quien más dolor me causa”, escribió su padre al frente de uno de los tomos de Los gozos y las sombras.
Todo esto que cuento no es faltarle al respeto. Torrente descreía de la bohemia –el arte era para él concentración y recogimiento- y sin embargo…


Hace años un amigo mío de la noche –expendedor de esa sustancia predilecta del doctor Freud- me puso en contacto con TM. TM entonces pululaba por la plaza del 2 de mayo y aledaños.
Torrente blasonaba de su amistad con Camarón y de haber ganado un Goya al mejor guión adaptado (“El rey pasmado” de Torrente Ballester).
-Yo a Camarón le he llevado así por la calle, así, como vamos tú y yo ahora mismo- y me cogía de los hombros como para que no me cayera.
Contó muchas anécdotas de escritores, apócrifas o ciertas, entre otras cosas cómo le había roto las gafas a Juan Cruz de un puñetazo.
Torrente era hombre de papeles confusos. Parecía que iba a sacar del bolsillo la fórmula de la piedra filosofal.
Sacó un papel arrugado en el que había escrito a máquina una poesía para el Che Guevara.
Sacó una carta con membrete de Planeta (probablemente falsificada), con un adelanto por escribir sus memorias.
Sacó una libreta colegial, con descripciones y diálogos.
Sacó un documento de la Xunta, con la que estaba en negociaciones para vender la biblioteca de su padre.

Le di a Torrente a leer una novela que había escrito, Las calles del aire, la cual llevaba años dando vueltas por las editoriales.
-Muy bonita la novela, muy barojiana-. Lo cierto es que Torrente controlaba de literatura, y el libro lo había leído con atención. (“Ese capítulo que salen los gitanos portugueses está muy bien, lo que pasa es que no le añade nada a la trama”.)
Un día le acompañé al registro de la propiedad intelectual, inmenso depósito donde van a perderse tantas ilusiones, y donde quería registrar no sé qué guiones para no sé qué programas de televisión. Me pidió un dinero que no tenía. Le invité a un café y quedamos como amigos.
Torrente me había dicho que fuera de su parte a ver a Mario Muchnik, el mítico editor judeoargentino. Dicho y hecho. Sólo que Mariomunik me dijo que no le conocía de nada a Torrente y que no quería saber nada de inéditos, que para algo él había publicado a Cortázar.

A todo esto, Torrente, ni corto ni perezoso, había ido a buscar al amigo que nos había presentado. Le pidió algo de material. Era un día festivo, San Isidro, y como no abrían los bancos, le endosó un cheque al portador.
-Pero si esta cuenta no tiene fondos- le dijeron al día siguiente en el banco.

Torrente de pronto había desaparecido dejando en el barrio una estela de impagos. Le perdimos de vista. Este amigo le encontraría meses más tarde, una mañana, haciendo eses en un callejón de la Gran Vía y cayéndose encima de los coches, en un estado que no admitía reclamaciones.
Torrente había traducido algunas novelas de Simenon. El mismo parecía un personaje de Simenon, a veces acicalado y respetable, a veces caminando las calles con la mirada perdida y el zurrón a la espalda. Una vez le vi ayudando a unos moros a descargar una furgoneta.


Era un poco el hombre de las multitudes de Allan Poe. Cuentos recuperados de la papelera, Doce cuentos ejemplares, Cuentos de la mala vida, Puro cuento... Sus cuentos están escritos al hilo de la calle, con mucha vista y mucha oreja. Conversaciones, encuentros, los niños que salen del colegio, un coche que se lleva la grúa. La marejada de la ciudad en un estilo cartesiano, más que cervantino. Torrente tenía buena prosa, una prosa muy rigurosa y muy sintáctica.
“Lumpen profesional, chulo sentimental y el último gran maudit del castellano”, escribe Umbral en el Diccionario de Literatura. “Narrador excepcional, muy superior a su padre, y a quien la falta de dedicación ha hurtado la gloria que merece”. 


Muchos años después del timo del tocomocho, estando con ese amigo estafado en un bareto de madrugada, reapareció gloriosamente Torrente Malvido con un abrigo como de astracán y un gorro ruso en los rigores del invierno. Ya debía de haber pasado de los setenta años. Entró en olor de multitudes y los punkis del bar le invitaron a unos minis. Le entramos en plan majo, de “pelillos a la mar”, pues había pasado ya mucho tiempo.  Torrente nos miraba desde muy lejos y nos dijo que no se acordaba de nada. Hubo un momento que se fue al water y desapareció ya para siempre.

 

4 comentarios:

  1. pISHAA QUÉ ES DE TU VIDA? eL COLOR DEL DINERO DE UN PAISA DE jEREZ, OJÚ EL GACHÍIIIII

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  2. ohú chiquillo a ti me paise que te conosco

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  3. que didactico asis.....abrazo.

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  4. Un abrazo Jaime, a ver si se portan los reyes

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