Parecía
que ya no se iba a morir nunca pero al final sí. 90 años de rock, el
verdadero rock de la cárcel, siempre sin desmelenarse mucho, interpretando tranquilo,
recitando como quien no quiere la cosa, estirando las escalas a ritmo de blues.
Más gallo que pato a pesar del duck walk.
Luego Rolling y Beatles, Elvis y Dylan, le darían más caña al material, pero
ahí estaba todo…
Fuimos
a Estepona donde tocaba con John Mayall de telonero. Mayall con su pianito como
un guiri jubilado de la Costa del Sol. Rumores recorrían la plaza de toros. Que Chuck Berry, el viejo
amante de la velocidad, había querido salir a devorar la autopista, pero su
hija –que tocaba en el grupo- se había apoderado de las llaves y no se las daba…
Movidas familiares, culebrones o excusas, pero finalmente el tren chu chu no se
materializó.
Menos
mal que le habíamos visto en Madrid unos meses antes. Chuck Berry en La
Riviera, 80 años, una hora justa pero no escasa para sentar las bases del rock.
Al final subieron unas niñatas al escenario, a bailar con el abuelito, como si fuera un
Springsteen cualquiera, y el viejo les dio la espalda y seguía tocando al fondo
del escenario, fiel a su Maybellene. Reservón, arisco, grandioso.
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Ha muerto el rey, ha muerto el rock and roll
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