jueves, 2 de agosto de 2018

UN HIPPIE

 

Una mañana que salto el muro de la urbanización para atajar rumbo a la presa veo que un tipo me contempla con desconfianza. Es un hippy. Ha llegado con los veraneantes porque antes de julio estábamos aquí cuatro gatos.
Camino con naturalidad y noto a mi espalda unas vibraciones –porque los hippies emiten vibraciones- por las que percibo que ha perdido su desconfianza.
Cuando salgo del agua veo que está sentado entre el  puentecillo y el arranque de las escaleras… Es su lugar predilecto, donde, desde entonces, le veo siempre.
La gente habla unas palabras con él antes de bajar las escaleras de cemento. Como si le preguntaran qué tal está el agua. Pero el tío no prueba el agua. Sin desvestirse se queda sentado con una lata de cerveza al lado, una lata grande, de las que llamamos yonkibeers.
Se queda contemplando la charca como si fuera un idílico paraje, y parece querer fundirse con el paisaje.
Melena rizada, barbita, gafas de John Lennon, a pesar del calor un chalequillo sobre la camisa…
…pero en realidad el hippy es consecuente. La mayoría de la gente se ponen en bañador pero no prueban el agua. Se ponen para tomar el sol, lo que ahora mismo no parece muy saludable.
Los viejos hablan con él y pienso que tal vez le conocen de pequeño, de toda la vida. Intento imaginarme al hippie de niño y me cuesta, le veo también de hippie pero empequeñecido.
Por las tardes llega “la chavalería” y alguien trae una guitarra. Y el hippie toca unas notas, algo tipo Pink Floyd.  Hasta que otro coge la guitarra y suena una rumba flamenca. Una chica elegante habla con él un rato.

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