miércoles, 15 de noviembre de 2017

EL REGRESO A CARABA


Desde las afueras, siguiendo hasta el final aquella calle larga sin desviarse, se entraba por uno de los arcos de la Plaza Mayor. Todavía quedaban los raíles del tranvía. Pero los viejos del lugar, cuando subían al centro decían: Vamos a Madrid.

En una noche de verano monótono y ciudad recalentada vuelvo a mi barrio de entonces, barrio y pueblo. La ciudad se ha movido bastante hacia ninguna parte, pero allí todo parece seguir igual, los bares, las casas, la basca -salvo unas cuantas bajas de la mala vida, los supervivientes están muy tranquilitos, con sus botellines y sus flais.
 

Viviendo en Carabanchel echaba de menos que no quedaran cines, pero había toda una ruta de tabernas y pafetos que no cerraban nunca y donde el barrio cobraba argumento. Algunos en casitas bajas –la Tejada- y otros en palacetes con aleros de madera y muros de hiedra, como La Escondida, con dibujos de Corto Maltés. Pero tiraron la casona cuando el dos mil y ahí queda el agujero para escarnio del ladrillo.
Chaíz



-Te conozco, tú eres del barrio, ¿verdad?
-No, pero vivo hace ya tiempo…

-Del barrio.
 


Cuando en Madrid echaban las persianas, no había más que volverse, seguía en marcha la constelación carabanchelera, a mitad de precio y sin horario de cierre, hasta mezclar los cubatas con chocolate con churros.
 

 

El barrio blasonaba de vecinos ilustres, como Rosendo Mercado, al que en siete años no le vi asomar… Ahora en zonas como el Terol, vieja colonia franquista de adosados con patio, hay gentrificación y van a vivir actores de la tele y hipsters del diseño.

 
Che en Vistalegre
Carabanchel es barrio de barrios. Lugares contiguos separados por una frontera imprecisa. Poco que ver entre el ruidoso Pan Bendito, con televisiones estrelladas en la acera, y la limítrofe Colonia de la Prensa, donde los antiguos chalets de los periodistas, ahora algunos con talleres que dan al jardín. Nada que ver entre la soledad de Caño Roto, vistas a la sierra, y la hacinación comercial de Vista Alegre, con la vieja plaza de toros reconstruida y absorbida por el Corte Inglés. Pero ahí me llevó mi padre, ya viviendo yo en el barrio, a ver a Curro Romero y Antoñete, ambos de capa caída, y nunca mejor dicho.
 
 
Quedan en Carabanchel grandes espacios vacíos, patios sin nadie, conventos y cuarteles, el agujero que dejó la cárcel famosa, punteado por la vieja iglesia visigótica, el pinar ahora cercado por el PAU, solares invadidos por la maleza, como la fundación Goicoechea Isusi, y sobre todo la vieja finca Vista Alegre colocada en medio del barrio (pero este islote dieciochesco merece otra entrada, que incluirá abundante material gráfico).

 

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