Al parque sindical íbamos los dos
primeros años de llegar a Madrid, con el colegio, el Jamer. Salía un autobús de
la esquina de Juan Montalvo con Beatriz de Bobadilla y nos llevaba a aquella
especie de islote existencial, desangelado. Al principio ibamos en chandall,
para hacer que íbamos a hacer deporte en las canchas de baloncesto o en los
campos de fútbol. Luego ni eso, directamente nos poníamos a hablar en las
gradas o paseábamos junto al río.
Tenía mucho carácter y mucho
encanto ese parque, alfombrado con los oros del otoño, cruzado por un viento
frío que llegaba del Guadarrama, que se ve a lo lejos oscuro, como una aleación
del cobre.
Lo he encontrado igual, detenido
en su decadencia, aunque hubiera muchas cosas de las que no me acordara, pero
que a la fuerza he recordado.
Por ejemplo está, al pasar la
entrada, ese puente sobre el Manzanares, puente marcado por los finos raíles de
un tranvía. Más que de la llegada me he acordado de la salida. Cogíamos el
puente para volver al autobús, caía el sol, la gente botaba balones,
marchábamos a los autobuses cansinamente, un poco como prisioneros de guerra.
Sirvent se subió un día a la
torre del Parque Sindical y yo titulé un capítulo de mi diario “Sirvent en la
torre del Parque Sindical”. Esa torre rodeada de escaleritas de piedra sin
barandilla se ve algunas veces –no todas- al pasar la ctra La Coruña y parece mentira que
no se haya caído de vieja. Una torre muy parecida sale en un tebeo de Corto
Maltés, construida por los indios en la selva del Orinoco.
Lo de Sirvent fue una hazaña y
por eso mereció capítulo aparte en el diario. Sirvent era una mezcla de dandy
nietzscheano, un dandy que se codeaba y a la vez se mantenía aparte de las
masas menestrales del Jamer.
Algunos edificios del parque
sindical, como un kiosko abombado y rotundo de bebidas, a base de ladrillo y
cristal, son una mezcla muy rara de cubismo, art decó, vanguardias, etc
Está también un reloj sin números
pintado de azul con la “esfera” cuadrada y volumen de cubo, colocado, como el
juguete que se hubiera dejado un niño gigante, sobre las gradas del campo de
fútbol. Lo que veo que han quitado las rampas aquellas de los skeaters, que, entonces, viniendo de
Bilbao, llamábamos “sancheskis”, que eran curvas hundidas en el suelo, pintadas con grafittis, por donde
bajaban y subían.
una buena descripcion del parque... hacia los '80? buenas fotos
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