lunes, 18 de diciembre de 2017

DE NIRO NI PIO

-¡Cómo se parece este chico a Robert de Niro!- había dicho Pilar.
Era cierto, el parecido era asombroso, era un chaval, poco más que un adolescente –como el de Niro de Malas calles para atrás-, incluso tenía los mismos tics que el actor y al sonreír se le dibujaban ¿conscientemente? las típicas rayitas en torno a los ojos. Por si acaso el chico decía:
-¡No, por favor! ¡Otra vez no!
-Si es que eres igual...
-¿Tienes fuego, De Niro?
-De Niro… ni pío. De Niro… ni pío.
Pero enseguida volvía a remedar al astro de la pantalla y hasta fantaseaba con un origen italiano. Su abuelo, que había venido desde Calabria a hacer la guerra civil.
Era la primera hora de una noche de sábado en un pub de Malasaña y había cierto trasvase entre unas mesas y otras. El mismo De Niro era amigo de alguien, no sé de quién, o había hecho su aparición por libre… También andaba por ahí Curro Sevilla, vendedor de horóscopos, había cambiado poco en los diez años que no le veía, aunque se le notaba más apagado, tal vez resignado a su suerte.
Un tal Fabrizio -tipo alto y calvo con melenilla, de cara roja y ojos inyectados como un demonio-, reclutaba a unos carrozas para una fiesta en un piso de Chueca, y De Niro, ávido de novedades, se apuntaba a un bombardeo.
-Pero bueno, ¿tú entiendes?- le preguntaban los maricas muy serios, casi preocupados.
Y De Niro les replicaba todo convencido, muy moderno o rematadamente tonto, aunque pareciera que se iba a comer el mundo:
-Pero vamos a ver, ¿Qué es lo que hay que entender para ir a una fiesta...? Para ir a una fiesta no hay que entender o no entender... Para ir a una fiesta no hay más que querer ir a la fiesta. 

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