sábado, 2 de diciembre de 2017

TWO WOLFE


Hay dos Tomás Wolfe en la literatura USA…Uno es Tom Wolfe, el de La hoguera de las vanidades, el famoso bestseller ochentero. ¿Pero ahora con La hoguera de las vanidades? A este paso no llegas a los años noventa… –me dice uno que le pone fecha de caducidad, como si fuera una revista.
 

 
Wolfe hace la novela de situación más que de trama. Una pareja de yuppis de Niu Yok que por equivocación se meten en el Bronx y se acojonan y acaban atropellando a unos negratas que les querían ayudar/atracar (ellos mismos no lo tienen muy claro y el equívoco se mantendrá hasta el final del libro). La ciudad va despertando alrededor de este suceso, prensa, policías, juzgados, detectives, abogados, jueces, policías, asociaciones cívicas, black power, padres e hijos, amigos y amigas… con lo que el cerco se estrecha más y más y … y…

 
Tom Wolfe es un chisgarabís de la sociedad neoyorkina, periodista que acabó tan quemado de la high life que acaba ridiculizándola en su libro, aunque siempre con gracia y ternura. El mismo parece uno de sus propios personajes, sombrerito, bastón, muy charmant… tanto que no lo había leído porque me parecía un cretino. Pero Wolfe es un escritor potente. Y humorístico, yo me he partido el pecho con su novelón gordo.
 
 
Frente a la sofisticación de Tom Wolfe, su homónimo, Thomas Wolfe, era un chavalote que hizo la épica del campo y la pequeña ciudad, contó su vida y la de su familia, escribiendo torrencialmente.
 
 
 
 Entre él y su editor, que pulía el diamante en bruto, hicieron El ángel que nos mira, libro mítico de la novela americana del siglo XX. Thomas Wolfe murió también épicamente, con treinta y siete tacos. De él aprendieron Kerouac y otros tantos, aunque aquí en España no lo ha leído nadie. Yo empecé con la edición de Bruguera hasta las cien páginas. A lo mejor cae ahora.



Hay una peli bastante boba que cuenta la vida de Thomas Wolfe y el editor majo. Hay otra sobre La hoguera de las navidades (sic) que es una birria. Mejor es leer a estos yankees, siempre con marcha, siempre vividos, como para llenar ochocientas páginas o lo que les echen, la fuerza de un continente en expansión…  

 
 


 

 




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