HACE
UN FRIO QUE MUERDE a las seis de la mañana en Peguerinos. Se ha debido de
atorar el tiro de la chimenea. Nos levantamos y cogemos el coche para ver amanecer
por donde el monte Abantos. Al fondo del valle se ve El Escorial, ese pedregal
siniestro, diminuto e inofensivo como una maqueta.
Hacia
Madrid, torres de Babilonia. Llegamos a un puesto de incendios que le llaman La
Casita –conocida de oídas por la radio “Sin novedad en casita”, pero que vista
al natural sobre un lecho de roca desmiente su resonancia hogareña. Pero a su
arrimo no pega el viento, y el sol calienta.
Al
volver al pueblo salen como siempre los gatos a recibirnos. Quieren entrar en
la casa, se pegan a los cristales. ¿Cómo es la vida paralela de los gatos peguerineros,
cómo aguantan el frío? Entran en su tabuco, un almacén cerrado, y asoman por un
circulito y por él se escurren como se despiden los dibujos animados…
Todos
los gatos el gato y todos los gatos distintos. Muchos desaparecen, llegan unos
nuevos o han pegado un estirón y están irreconocibles. Los comen las alimañas,
les pilla un coche, se los llevan los paisanos arrimándoles la sardina. Sólo
permanecen “la madre” y “la hija” que deben llevarse un año como mucho y han
parido ya generaciones incontables.
Había en el verano dos camadas –una de ellas de tres gatitos, a dos de ellos se los llevó un zorro, y el hermanito quedó desahijado, sin integrarse con los de la otra camada, sin comer nunca… Compré una jeringuilla en la farmacia y le daba leche y ya entró en calor y volvió a la batalla de la vida. Anda esquivo y desagradecido, pero me alegro por él…
Al que echo
en falta es a uno pequeño al que llamábamos el gato Asís, porque hacía ruidos con
la nariz igual que yo. Ahora Asís ha desaparecido rumbo a un mundo salvaje,
rumbo a una vida regalada, quién sabe.
Me
quedo con los mininos mientras Emilio arriesgadamente hace de deshollinador, me
fumo un cigarro y hago este reportaje gráfico
… todo está en calma.
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