sábado, 28 de abril de 2018

BILBAO LA VIEJA

Estamos en el barrio gentrificado Yñarrón, Pablo y yo, estamos en la noche en el mirador terraza donde antes el juego de la rana, junto al bar modelno ahora. Abajo la ría estriada de luna y carenada de rocas, pues hay bajamar. Y ahí estamos como hace treinta años o más, con cocacolas y birras pilladas en los moros de Sanfran. Entonces disfrazados de niños y ahora disfrazados de maduros -pero más ellos que nunca les veo, más nosotros que nunca los tres, tanto que esa reunión parece la verdad de nuestra vida y todo lo de en medio la ilusión de un paréntesis. 
((Pasan los hipsters hablando (mal) euskera, pasan y repasan las bicicletas. Ha cambiado el barrio. Me acuerdo cuando me la quisieron quitar unos yonis haciendo tapón en medio la calle, pero yo me escurrí cuesta abajo driblando con la bici Berrendero. No ha cambiado tanto. ¿Cómo le pueden decir Bilvi los horteras desplazando ese Bilbao La Vieja, uno de los topónimos más hermosos que existen? Bilbao La Vieja suena a ferrería y a brujas y profundiza en el misterio con ese cambio de género…))
Treinta años más y ahí seguiríamos, estaríamos, de viejos, pero no sé si llegaremos, auskalo... Plas dice, por una vez con sabiduría: en la vida hay más malos momentos que buenos, pero los buenos compensan los malos, valen por todo. Y al rato, hablando de BV: el mundo es de los que tienen dinero, compran los barrios y todo. Y yo pienso que sí, que quizá es suyo el barrio, pero la noche es nuestra y el río –que baja con mierda pero también con plata- el río también es nuestro. 

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