Algunas
noches se te echa a la chepa, el pasado, y vuelve con su carga de aullidos, inusitado
y fantasmático. Pero otras tardes todo brilla en los anaqueles, quizá no muy
ordenado, y recorres los pasillos y abres los ventanales, y miras si ha quedado
algo de basura bajo la alfombra. Es un gran caserón en el que descubres y
redescubres. Resulta un sitio confortable.
Y
vas acarreando sacos de experiencia que tampoco valen para mucho, porque cada
situación viene como de nuevas, y arrumbas las cenizas de los errores y abres
los frascos de las oportunidades perdidas, que sólo echan humo. Callejones sin
salida que al final dieron a un pasadizo secreto.
Lo
que fue no parece que volverá a ser, pero ahí está en ese cine viejo y
renovable, donde está el hogar, el sol en las lagunas, fantasmas que vuelven
sonrientes, iluminaciones de tormenta, cometas que pasan como trenes y un
parpadeo de estrellas fugaces. Y eso que la otra cara de la moneda no la
escribo, queda para otro rato, cosas de la memoria selectiva. Pero el pasado,
que dijo Faulkner, no sólo no se olvida sino que ni tan siquiera ha pasado.
El
futuro es lo que no existe, el pasado ahí está, fluyendo en el presente, no con
nostalgia, con continuidad. Todo es presente continuo. Pero tampoco sabemos
lo que aguarda en la siguiente vuelta, si la maravilla o la putada, la
revelación o el agotamiento. Así que por si acaso vamos tocando madera.
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