lunes, 9 de abril de 2018

MADRID

Mucho tiempo pensé que ser de Madrid era no ser de ninguna parte, aunque ahora no lo tengo tan claro. Rompeolas, pero menos, Madrid es un pueblo con carácter propio y para vivirlo se hace preciso dejar parte de la identidad propia a sus puertas. También es cierto que basta con estar en Madrid para sentirse de Madrid. Y esa sensación –lo que decía Tomatero, tío de Yñarrón-: “Es que no hay que hacer nada, pero vas por la calle y dices, coño, estoy en Madrid”,  esa especie de maravilla un tanto paleta sirve para conocer la ciudad y curiosearla.

Madrid hace olvidar y en Madrid parece que sólo hay Madrid.

Madrid es desabrido y no se echa de menos, tal vez porque sabemos que siempre está ahí.

Todos somos madrileños, decimos pero sin mucho convencimiento. Es lo mismo que decir que ninguno en realidad lo somos.

Un vasco o un andaluz lo son menos en Madrid. Para los castellanos Madrid suele ser igual que su pueblo pero en grande. Los extremeños tienen muy cerca el valle del Jerte, playa de Madrid, y van y vienen sin preguntárselo.


Madrid raramente es agresiva porque el madrileño está hecho a los roces.

Madrid más que un género literario, que decía Umbral, es un tema o problema filosófico.

Más campamento que ciudad, tiene alma de rocanrol antes que de chotis: pulsión subterránea.

Se es más de Carabanchel o de Vallecas que de Madrid.


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