Había
bofetadas para sacar el último Auster de la biblioteca. En todas estaba
reservado, y las reservas no avanzaban, no lo devolvía nadie -probablemente, me
doy cuenta ahora, porque nadie se lo leía del todo. Al final me llamaron de la
de Cuatro Caminos y fui por él hace dos días, un ejemplar nuevísimo, y mañana vuelvo
a devolverlo, habiendo leído sólo 150 páginas de las mil. Es un buen truño y
ahí queda eso.
Hace
ya muchos años que empezó la caza y acoso de Auster, su descrédito. Creo que
fue porque vino un puto escritor, un guiri, ¿ah, que en España os gusta Paul
Auster? Pero si en América es un don nadie no lo lee nadie… Y el toro fue al
capote por ese deporte tan español de encumbrar a alguien para luego
derribarlo…
A
mí me seguía gustando Auster, cosas últimas suyas, muy vapuleadas. Sunset Park,
Invisible. Había acabado en una especie de costumbrismo dickensiano, pero a lo
neoyorkino... Lo seguía leyendo, aunque menos que en sus comienzos –El palacio
de la luna, Leviatán, La invención de la soledad- cuando PA era una mezcla de
escritor aventuresco esotérico fantástico existencial urbanita romántico… zurciendo lo
cotidiano y lo insólito como un Cortázar con más fuelle.
Recuerdo un verano
abrasivo (y solía hacer calor en el asfalto de sus novelas) leyendo La
música del azar, flipaba tanto como de niño con Poe, Jack London,
H. G. Wells...
Decían
que Auster estaba acabado y yo me resistía a creerlo. Este último libro 4 3 2 1
sí que es para darle la puntilla. Es la vida de un niño americano, pero cada
capítulo es una posibilidad, en uno muere su padre carbonizado en el negocio
familiar de electrodomésticos que han quemado unos ladrones (sus tíos) para
cobrar el seguro. En otro los tíos no queman, sólo desvalijan. En otro el tío
es bueno pero se suicida o se hostia en un coche porque ha bebido. En uno el
niño emigra a Nuevayor, en otro se queda vegetando en el pueblo…
Es
muy virtuoso pero muy rollo, es la orfebrería del agüelo que hace castillitos
con los palillos, porque cada capítulo vuelve al punto cero contradiciendo
las leyes de cualquier narración o relato, que aquello tire y vaya palante. Y
luego el estilo aquí de Auster, que palabrea para sumar páginas y que le cunda el
mamotreto, frases y más frases metidas con engrudo, descriptivismo puro y duro.
Se enrolla con todo lo que menos le interesa al lector: la familia Kennedy, el
beisbol, los cereales, Cantando bajo la lluvia, american way of life que
aparecía en todas sus novelas anteriores, pero como ambientación o atrezzo, no
como plomo. El niño americano, no me acuerdo cómo se llama, es majo pero nos la
suda igualmente.
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