Estaba
bien entrar a Interviu, uno entraba con un respeto, y luego que el ambiente era
tranquilo y la cosa era directa, enseguida te decían lo que fuera, te lo
compraban o a la calle… Había en la cola de espera algunos horteras de las
agencias, los mismos que vendían en Diez Minutos o Pronto, pero ahí menos crecidos
y con menos colegueo que en las citadas publicaciones. El sr. Gordillo,
subdirector desde tiempos inmemoriales (el director lo cambiaban
frecuentemente) esperaba en la mesa de despacho, una mesa circular con la
espada Tizona en el centro, atildado y castizo,
Qué
me traes, niño
siempre
de corbata y chaqueta, el pelo hacia atrás, el bigotillo de póker, la faz acangrejada, los ojos
traslúcidos, con algo de pistolero retirado que sólo dispara cuando es
indispensable
Nada,
esto nada, tienes que echarle más imaginación
O
bien:
Cuánto
De
100 a 150 talegos, lo mismo que pagaban en nómina en muchos sitios, aquí con un solo reportaje... en realidad, una
minucia para aquel tipo que negociaba millones por los desnudos. Algunas raras
veces no lo publicaba pero lo compraba para mantener la fidelidad o algo así… Pero
aquello podía ser fácilmente un engañabobos, te comías de pronto uno o dos temas, o los colocabas malamente en Diario 16,
donde apenas llegaba para cubrir gastos. Eso sí, si había suerte, la secretaria
misma –una tal Magdalena que a lo mejor era amante de G, o lo había sido en la
transición gloriosa- rellenaba un cheque, pagadero, ay, a tres meses…
Se vendía mejor si había un trasfondo político o económico en los relatos
de la España profunda. Las cuevas de los hippies de Granada tenían más interés porque detrás asomaba una operación especulativa para construir frente al Sacromonte.
Los buscadores de oro en los ríos de Asturias iban a ser desplazados por una
gran compañía minera que pretendía
explanar el valle. En Interviu eran poco dados al lirismo y enseguida suprimían
los párrafos “literarios”.
La traición de Gordillo
De
todos modos lo mejor con aquellos era no apalabrar nada. Corrían los últimos 90
y se me ocurrió ir a Barcelona a sacar algo de los menores marroquíes que
vivían en las calles (entonces había muy pocos, aún no eran noticia) y fui tan
incauto de llamar y preguntar si interesaba.
-No,
de niños nada, me dijo Gordillo.
Y
pensé ingenuamente que el viejo zorro era hombre sensible a la protección de la
infancia y de los menores…, cuando a las
dos semanas vi que salía el reportaje de los niños dichosos, con fotos de
Hamadi. Yo le había dado la idea a Gordillo y él se lo había encargado a aquel
fotógrafo marroquí que andaba por ahí y del que algunos rumoreaban que era
agente de Hassan. Pero todo esto ya es mucha tela, como para el sastre de Le
Carré. Ahí acabó mi relación con la docta casa del periodismo. Un día me crucé
en la acera de Z con G y M y pasamos sin saludarnos.
Hace
unas noches fui a acompañar a una amiga a ese barrio y vi que habían quitado
los carteles del edificio. Y ahora me entero que cierran. Así está bien. Gran
revista, gran época. Joe, yo estuve allí…
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