-Como
venga mi hermano, chaval, te rompe las gafas- le soltó Javi Beaskoetxea a un cuatro/ojos que le vacilaba, en el patio del Instituto.
-¿Sí?
¿Y con qué me las va a romper, con las manos?
-Y
si le das un Interviú, con la polla.
Siempre
habíamos leído aquella revista, claro, habíamos crecido con ella, y a los niños
de la transición, a qué engañarnos, nos impresionaban mucho aquellos felpudos y
aquellos tomates… Los adultos, los padres, decían comprarla “por los
artículos”. Y algo de verdad había en ello, pues con aquel periodismo “social”
aprendimos que se podía escribir de lo que se veía por la calle… que los indios
y los vaqueros estaban unos barrios más allá, no muy lejos.
Y así, nos asomamos
a las cárceles, caminamos bajo las ruinas de Belchite, recorrimos el país de
los agotes, nos calentamos en la hoguera de los gitanos y asistimos a la
venganza de los quinquilleros. sufrimos la paranoia de los etarras y el temblor
de trilita de los falangistas, escuchamos hablar a los confidentes, viajamos a
Valencia con el cojo Manteca… España España aparta de mí ese cáliz.
También
habían salido aquellos pibones, Nadiuska castigadora, Marisol angélica, Lola Flores decreciente, cienes y cienes de tías, todos los
cuerpos de España, incluso aquella presentadora de programas infantiles que de
pronto tenía tetas y nos miraba perversa. Luego las fotos fueron cambiando:
desnudos poco eróticos, “inteligentes”, tapándose los pechos con las manos, sí
pero no, no pero dame la pasta, aunque había algo de prestigio, algo casi intelectual en
posar para Interviu, y las mujeres más sosas de la tele tenían un atractivo, un
misterio a la luz de su propia piel…
El
fotógrafo de casi todas había sido César Lucas, tímido y barbado, callado y
altivo mito del fotoperiodismo (¡qué había retratado al Che en Vista Alegre!) y
ya en los noventa había quedado como jefe de fotografía del grupo Z y aparecía
por aquellas escaleras/descansillo, rindiéndole pleitesía los foteros más jóvenes. Hicimos
varias cosas con su hijo Lucas Abreu,
que abría algunas puertas pero las justas, y era moreno y aguileño como un
judío mallorquín, también lejano y silencioso y un poco divo, como muchos
fotógrafos, pero sobre todo un tío legal.
Ya
eran los años noventa. En los dos mil, para que no la tildaran de machista,
Interviú empezó a sacar tíos y rabos, y no es por ser homófobo, pero ya no era
lo mismo. Seguía vendiéndose en los pueblos, y en Canarias la regalaban el
domingo con un periódico. Alguna semana reventaba otra vez los kioskos, yo qué
sé quién, Claudia Schiffer.
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