martes, 1 de noviembre de 2016

EXPLORANDO EL DELTA

 
 

 
 

Muchos años después todo seguía lo mismo, todo quieto, como el agua embalsada en las charcas, y a la vez todo había cambiado, primero fluyendo despaciosamente como las nubes reflejadas. Después corriendo veloz, cabrilleando al sol el agua de las acequias. Avanzando el mar que se come las playas. El bar de los guipuzcoanos, cada vez más cerca del agua, que quizá se lo haya tragado cuando regrese, si regreso.

 



 
 



Es un sitio luminoso y raro, y los pájaros parecen clavados en el limo hasta que de pronto levantan el vuelo. La garza gris despega solitaria, sobrevolando las charcas. La garcilla blanca en bandadas asustadizas. Los pájaros migratorios dibujan uves a pocos metros de la carretera. Los petirrojos en los árboles, y los gatos acechando en los caminos de arena que no van a ninguna parte, mueren en el agua o los cierran las cadenas. En algunas playitas el acceso estaba inundado.
 


 





En un camino de esos me pararon los picoletos y tuve miedo, tuve miedo porque avanzaban como terminators, y no entendían que uno recorriera el delta, rodeara los caminos, se parase en los lugares más inusitados. Para eso será el parque natural, digo. Menos mal que al final terminamos amigos, luego me reconocieron que “también” andaban explorando.
 




 

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