domingo, 20 de noviembre de 2016

BILBAO REENCONTRADO: LAS FIESTAS DE SAN FRANCISCO

 

 

La calle bajaba a los infiernos. Era  el camino más corto y también el más fascinante, con algo de sueño recorrerlo bajo las fachadas viejas y cadáveres levantados esperando el juicio final. Las aceras estrechas interrumpidas por los pobladores del extrarradio –gipsies, junkies, niggers, marginales (que dijo Gerekiz), mutantes…


Tampoco era para tanto, bastaba con poner cara de paisaje para que te dejaran  paso franco. Pero si era complicado pasar por las aceras, también por en medio de la calzada. Y una noche de verano, bajándola a todo meter en bici, estuvieron a un tris de quitármela. ¡Para colega para! Una aduana de yonkis haciendo tapón en medio de la cuesta. Aceleré por si las moscas, driblé, y subidón de adrenalina.


 
Como esas he visto cosas que no he visto en otras partes de la ciudad. Es un reverso y un sumidero, un Casco Viejo sumergido, pero tiene por eso una pululación humana de la que carecen zonas más chics. Sí he oído hablar del glamour de épocas pasadas, los cabarets, los restaurantes. Pero verlo no lo he visto y en mis primeros recuerdos hay carteles de circo en las paredes y borrachos durmiendo en los soportales. 


 

En la noche de octubre, encontramos por casualidad las fanfarrias y fue revivir los viejos sueños. Al final la comparsa castiza fue sustituida por una actuación de coros patrióticos y del LGTB. El sueño devino espejismo. En la plaza se ralentizaba una aburrida actuación de hip hop, con muermo nortafricano. Eludiendo los bares modernos volvimos cuesta arriba en la madrugada y los moros que copaban las aceras me soplaron medio paquete de tabaco.


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