Dylan
nobel. Una alegría en tiempos difíciles. La noticia me la mandan por el móvil
amigos y hasta enemigos, como si se tratara de un primo mío, o así, a quien por
fin se hace justicia, mientras escucho por milésima vez el directo del Budokan
(ahora pillado en cd también, para oírlo al correr de las carreteras y los
paisajes). Y sigo escuchando, y sigo escribiendo antes de leer nada que puedan
decir sobre el monstruo/maestro. Sí, vale, el judío del Medio Oeste definitivamente
entronizado por el poder, olvidando que cuando surge un gran artista los poderes del cielo y del infierno se conjuran para ayudarle.
Dylan
no queda claro si es músico o es poeta. Y a lo mejor ninguna de las dos cosas
sino Dylan. Una canción no es lo mismo que un poema, dice. No sé si hay que hacerle caso cuando explica que primero le viene la
melodía, y luego inventa la letra. El
hombre que puso nombre a los animales. El pequeño Bob llegado a Nueva
York ante la apabullante biblioteca de un amigo hipster. No hay tiempo que
perder, no hay tiempo para leerse todo esto. Pero el judío cuco selecciona
El príncipe o El arte de la guerra.
Lo
cuenta en las memorias, un libro puntero de recuerdos y olvidos. En España
también se han publicado las letras de Dylan –cada canción como un torbellino.
A ver si ahora Alfaguara cambia aquella mierda de traducción. Vaya ganas de
destrozarlo todo. Este humilde bloguero y admirador hizo una versión de Shelter
from the storm que valía por todo el estropicio… (debe de estar por aquí, sí,
creo que por aquí está…nada, que no aparece).
Y
como músico… Hay un momento de El último vals, cuando tras Clapton y Van
Morrison sale Dylan, en que la peli pierde compás. Parece que se les ha colado
un loco en el concierto, o el que corre con todos los gastos. Y sin embargo la
armónica afilada como una cuchilla brillante, la voz que grazna como un cuervo
y acaricia como terciopelo. The winds howl like a hammer.
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