jueves, 20 de octubre de 2016

EL PUEBLO SUMERGIDO 2

 
 

Había oído, había leído sobre el pueblo sumergido –Ana María Matute: El río- pero no fue hasta ver su foto a doble plana en el periódico de La Rioja, aunque no hablaban del pueblo sino de la sequía, que había sacado a flote el paredón de la iglesia, el puente, el cuartel de los civiles, sobre el suelo de barro cuarteado como un mosaico de piedras, semejante a las paredes de las casas que parecían hechas de barro. Todo ello confundido bajo las aguas y ahora puesto a secar al sol de fin de verano. Los periodistas también habían visto la foto y ya habían ido para sacarlo por la tele, aquel mismo día, pero ahora de momento seguía tranquilo el pueblo.
 


En otros sitios, en Riaño, por ejemplo, han desmontado las piedras de sillería de las casas para hacerse escaleras, o muros en los jardines. Aquí tal vez por un sentimiento de respeto todo seguía en su sitio. Todo lo que no se había llevado el agua, que incluso había respetado las cuevas de caliza.
 

 
De respeto o de lejanía, pues hay que subir un puerto para llegar hasta allí y dejando a un lado el pueblo, siguiendo la carretera, pronto se llegaría a Urbión, en la montaña. Bajo la carretera, antes de llegar, desmiente la sequía el Najerilla, que corre fresco y verde, en realidad alimentado por el pantano construido en su cauce –el pueblo sumergido queda en un repecho, un entrante algo más alto que el lecho del río.


flipando en el río Najerilla
 
Pero el pueblo queda lejos, ya digo. Antes de llegar hay una venta con gañanes y muleros, gente de mirar arriscado, que agarran el botellón de coñac y llevan en el bolsillo de la camisa la cajetilla de puros. Más abajo no se les suele ver mucho, yo ya creí que no quedaban. Estamos sentados en el banquito que hay en la pared de la venta y por la estrecha carretera pasa uno arrastrando un camión por el que asoman los caballos. Pasa muy cerca y nos sonríe despidiéndose.
las casas de los presos

Al llegar, primero se ven las casas de los presos que hicieron el pantano. La Ana María Matute contó en su día estas cosas, cuando todo el mundo, chitón. Estas y otras, por eso será que en las señales turísticas no hay mención ninguna a su libro, que yo recuerdo muy bonito, muy verdadero, de capítulos cortos un poco al estilo de Platero y yo. No sé –El burro, La cojita, El loco, Los lagartos- no me acuerdo ni me voy a poner a mirarlo.


una escritora de las que ya no quedan

 
 

Del pueblo quedan otras cosas. La ermita en lo alto del cerro, que no se hundió nunca, parece ahora mirarlo con nostalgia. Un cacho pared del frontón, una placita con un altillo que debía ser kiosko de música, el puente pequeño y arqueado, de un solo arco, por el que en la tarde calurosa vuelve a pasar la gente. Asoma también, varada a las “afueras”, una piscina flotante, donde cuando sube el agua se bañan los que no temen a los monstruos del pantano.

 
 
 
 
 





frontón

ermita sobre la iglesia



puente



el kiosko de la música y la desolación total

 
(intrépidos reporteros: Jokin Zabala/Asís Lazcano)

El pueblo, Mansilla de la Sierra. Lo digo ahora que con las lluvias habrán subido las aguas y no creo que se acerquen los domingueros.

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