Había
oído, había leído sobre el pueblo sumergido –Ana María Matute: El río- pero no
fue hasta ver su foto a doble plana en el periódico de La Rioja, aunque no
hablaban del pueblo sino de la sequía, que había sacado a flote el paredón de la
iglesia, el puente, el cuartel de los civiles, sobre el suelo de barro
cuarteado como un mosaico de piedras, semejante a las paredes de las casas que
parecían hechas de barro. Todo ello confundido bajo las aguas y ahora puesto a
secar al sol de fin de verano. Los periodistas también habían visto la foto y
ya habían ido para sacarlo por la tele, aquel mismo día, pero ahora de momento
seguía tranquilo el pueblo.
En
otros sitios, en Riaño, por ejemplo, han desmontado las piedras de sillería de
las casas para hacerse escaleras, o muros en los jardines. Aquí tal vez por un
sentimiento de respeto todo seguía en su sitio. Todo lo que no se había llevado el agua, que incluso había respetado
las cuevas de caliza.
De respeto o de lejanía, pues hay que subir un puerto para llegar hasta allí y dejando a un lado el pueblo, siguiendo la carretera, pronto se llegaría a Urbión, en la montaña. Bajo la carretera, antes de llegar, desmiente la sequía el Najerilla, que corre fresco y verde, en realidad alimentado por el pantano construido en su cauce –el pueblo sumergido queda en un repecho, un entrante algo más alto que el lecho del río.
flipando en el río Najerilla |
Pero el pueblo queda lejos, ya digo. Antes de llegar hay una venta con gañanes y muleros, gente de mirar arriscado, que agarran el botellón de coñac y llevan en el bolsillo de la camisa la cajetilla de puros. Más abajo no se les suele ver mucho, yo ya creí que no quedaban. Estamos sentados en el banquito que hay en la pared de la venta y por la estrecha carretera pasa uno arrastrando un camión por el que asoman los caballos. Pasa muy cerca y nos sonríe despidiéndose.
una escritora de las que ya no quedan |
Del
pueblo quedan otras cosas. La ermita en lo alto del cerro, que no se hundió
nunca, parece ahora mirarlo con nostalgia. Un cacho pared del frontón, una
placita con un altillo que debía ser kiosko de música, el puente pequeño y
arqueado, de un solo arco, por el que en la tarde calurosa vuelve a pasar la
gente. Asoma también, varada a las “afueras”, una piscina flotante, donde
cuando sube el agua se bañan los que no temen a los monstruos del pantano.
frontón |
ermita sobre la iglesia |
puente |
el kiosko de la música y la desolación total |
(intrépidos reporteros: Jokin Zabala/Asís Lazcano)
El pueblo, Mansilla de la Sierra. Lo digo ahora que con las lluvias habrán subido las aguas y no creo que se acerquen los domingueros.
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